Los historiadores del arte vienen explicando, desde hace ciento cincuenta años, la sucesión de los distintos estilos artísticos mediante la idea de progreso. Sería así como habrían surgido espontáneamente algunas formas nuevas (el azar) al mismo tiempo que imperativos circunstanciales forzarían cambios estructurales (la necesidad). Por ejemplo, las techumbres de madera de los templos habrían sido reemplazadas por bóvedas pétreas como solución frente a los frecuentes incendios de las primeras. 

La idea de progreso continuado - nacida en el siglo XVIII y que desde entonces ha venido contaminando el pensamiento occidental -, aplicado en su origen a las ciencias naturales, fue extrapolada a partir del siglo XIX a la historia de la arquitectura para explicar su desarrollo. La "conquista" de sucesivas nuevas estructuras y formas arquitectónicas probaría cumplidamente el fundamento de el evolucionismo en el arte. 

El principio evolucionista arquitectónico tendría su más clara expresión en el "ciclo vital" de cada estilo: arcaísmo, maduración, plenitud, decadencia. La cabecera de Leire, Frómista, el claustro de Silos y el de San Andrés del Arroyo, por ejemplo, ilustrarían perfectamente el proceso vital del estilo románico. La decadencia de un estilo se solaparía con el arcaísmo del siguiente - más evolucionado con respecto al precedente - y así sucesivamente. 

Esta interpretación antropomórfica de la historia de la arquitectura puede resultar en términos generales válida para cada estilo que, ciertamente, parecen cumplir cada uno de ellos su ciclo vital. Pero no así para la sucesión de estilos, ya que en este caso es frecuente la convivencia de dos estilos sucesivos durante largos períodos de tiempo. Piénsese en el románico y el gótico desarrollándose en paralelo durante un siglo. Por otra parte, la recurrente vuelta al clasicismo (renacimiento, neoclásico) difícilmente podría ser explicada como un "progreso". 

De ahí que frente a la teoría cronológica se haya optado recientemente por otra diacrónica según la cual los sucesivos estilos arquitectónicos obedecerían a un "sentido direccional de la cronología" (la "flecha del tiempo") en el que habría que tener en cuenta no sólo la adquisición de nuevos conocimientos técnicos, sino también las intenciones de los hombres de un momento dado de la historia. Es decir, los cambios de estructuras y formas obedecerían a un conjunto de circunstancias materiales, mentales y espirituales de un momento determinado. 

Si bien es cierto que la perspectiva diacrónica abarca un mayor campo de observación que la evolucionista al valorar un mayor número de circunstancias que puedan concurrir al nacimiento de un estilo arquitectónico, puede no ser suficiente al tratar de explicar el hecho concreto del estilo románico. ¿Cómo explicar mediante el diacronismo el conocido como primer arte románico o el estilo cisterciense? Ambos estilos pervivieron junto al románico por largos períodos de tiempo desarrollando paralelamente sus ciclos vitales en las mismas áreas geográficas. 

El llamado primer románico (su desacertada denominación bien vale una próxima "reflexión románica"), levantado en sus comienzos en ladrillo por los magistrii comacini junto a los lagos del norte de Italia, es un estilo que una vez que sustituye los ladrillos por piedras escuadradas sin pulir, permanece con una gran fidelidad a los modelos primeros durante más de cien años, hasta que entona su extraordinario canto del cisne en 1123 en Tahull. 

Más o menos por esas fechas el estilo cisterciense está ya puesto en pie, extendiéndose rápidamente por toda Europa. Nacido como una "contestación" a la opulencia de la Orden de Cluny y a la exhuberancia de formas del románico impulsado por los cluniacenses, el estilo bernardo hace de la sobriedad y la funcionalidad su razón de ser. No es un estilo protogótico como ha sido considerado por algunos al utilizar el arco ojival. Con apenas evolución de los modelos de partida, aunque adopte algunas formas góticas llegado el momento, su recorrido transcurre de forma paralela al románico en los mismos espacios y tempo que éste. 

Parece evidente que más que hablar de un evolucionismo o de un diacronismo, al menos en el caso del románico, sería más apropiado hacerlo de un sincronismo teniendo en cuenta al propio románico, al primer románico y al cisterciense. Y es que ante el arte románico no sirven las ideas preconcebidas desde cualquier aproximación que se haga al mismo, pues escapa de los moldes al uso. Y esta singularidad del románico, que se aparta del encasillamiento de los estilos, es, precisamente, una de sus características mayores.

Fotografía de Portada: Turismo Castilla y León.