El 1 de marzo, después de recoger a los compañeros de Vigo, salimos de Vilagarcía a las 10,00.
La primera vista era al Museo y al castro de Viladonga, un castro que podría ser un modelo de castro de cómo debería de ser un castro ideal, por su excelente conservación, con una croa en la que alternan viviendas circulares y cuadrangulares, y su muy bién escogida situación, en el oriente de la Terra Chá, en un alto desde el que se pueden ver ya las estribaciones de la sierra de Meira, y desde el que, aún hoy, en el amplio horizonte que se vislumbra no aparecen muchos núcleos de población. En el museo nos enteramos de que en la época en el castro estuvo habitado, el clima era más suave que hoy, lo que quiere decir que los castrexos es posible que no experimentaran las sensaciones térmicas que si experimentamos los participantes en la excursión.
Después de la comida en Guntín y el habitual sorteo de regalos, la siguiente visita era Santa María de Ferreira de Pallares, en el fondo de un pequeño valle. La iglesia llama inmediatamente la atención por la amplitud del único ábside y de la única nave, con tres grandes arcos fajones, apuntados, que apean los dos primeros en ménsulas, y el tercero en semicolumnas adosadas, una diferencia posiblemente más por criterios estéticos que por necesidades de arquitectura. El gran desarrollo de los arcos y la nave proporciona un interior más diáfano de lo que uno espera después de ver la iglesia del exterior, y, quizás, fue lo que hizo que los constructores adosaran a los muros laterales de la iglesia unos poderosos contrafuertes que llegan hasta el tejado, algo casi único en el románico de Galicia según nos señala Augusto. Guedes. Del monasterio queda un pequeño claustro renacentista, con cuatro arcos por panda y alguna dependencia monástica.
La siguiente visita fue Vilar de Donas, una iglesia mucho más conocida que Ferreira de Pallares, por estar muy cerca del camino francés. Tiene un aire mucho más románico que la anterior, por su interior estrecho y algo umbrío, además de estar en un plano algo inferior, que produce esa sensación extraña que uno tiene al entrar en una iglesia a la que hay que descender. Tiene un transepto de no mucho desarrollo, y una cúpula en el crucero sustentada por unos nervios en equis, sorprendentemente gruesos. La decoración se concentra en la portada occidental, con sus cinco arquivoltas profusamente decoradas, y que pudimos ver dando los últimos rayos de sol del día a un capitel figurado de un personaje con un libro abierto. Delante de esa fachada occidental hay restos de un pórtico, que ha sido cubierto en una restauración, lo que provoca un cierto oscurecimiento, y que se ha intentado solucionar dejando la parte de la cubrición del pórtico más cercana a la iglesia con un material traslúcido, en vez de teja.
Haciéndose ya de noche, emprendemos el camino de regreso, vía Vigo - Vilagarcía. Como colofón Augusto nos recita un poema de muy intenso sabor marino. Esperamos ya desde ahora la próxima salida.
Manuel Antonio García Fernández, socio AdR 2043