José Luis Pariente, Carmen Pérez Molpeceres y María Cristina Zorrilla. Con fotos del autor.
“Cada piedra guarda una voz,
cada sombra un vestigio.
El románico no se visita:
se escucha.”
¡El barco!, ¡El barco!!
Y con esta extraña referencia en una capital tan alejada del mar, nuestra coordinadora de Castilla y León, María del Carmen Pérez Molpeceres, nos convocó en la Plaza de España de la ciudad de Burgos, para dar inicio el día 4 del mes de octubre, al recorrido románico por la comarca de la Bureba (Burgos), y visitar los seis monumentos programados y que iremos detallando en la presente crónica.
EL BARCO (© José Luis Pariente)
A bordo de un autobús de la empresa Soto y Alonso, conducido por nuestro chófer José Daniel, comenzó el viaje con un recorrido de poco más de sesenta kilómetros para llegar a la pequeña localidad de Soto de Bureba, una de las joyas más representativas del románico burgalés, y visitar la iglesia de San Andrés.
San Andrés – Soto de Bureba
El acceso no fue sencillo: el autobús no podía maniobrar en la carretera comarcal, por lo que tuvimos que caminar, desde Quintanaelez, un kilómetro bajo el aire fresco del otoño. El pueblo, casi vacío —solo cinco empadronados—, recibía al grupo con el silencio de las aldeas olvidadas.
LA GUÍA (© José Luis Pariente)
Sheila Lamas, nuestra guía en esta ocasión, explicó que esta iglesia guarda en su portada una inscripción de 1176, una rareza dentro del románico de la comarca, pues pocas portadas conservan su fecha original. Ese detalle convierte a San Andrés en un testimonio singular de la segunda mitad del siglo XII.
El edificio, construido en sillería de arenisca y caliza, presenta planta de dos naves. El ábside semicircular muestra triple columna decorada y la portada despliega un programa iconográfico excepcional: sirenas, arpías y un tritón masculino, una de las pocas representaciones de este tipo en la Bureba. La guía distinguió las sirenas ave (cuerpo de ave y cabeza femenina) de las arpías (patas de cabra y gorro frigio), símbolos de la lujuria y el mal. También mencionó a los autores inscritos en la portada, Pedro Ega y Juan Miguélez, algo muy poco común en el románico.
IGLESIA DE SAN ANDRÉS (© José Luis Pariente)
Dentro, la luz entra por saeteras estrechas. La bóveda de cañón y la piedra desnuda envuelven al visitante en un silencio antiguo. En el suelo reposan dos de las tres campanas originales, la tercera desaparecida hace décadas. En el exterior, junto al muro sur, se distinguen los restos de una pila bautismal, quizá desplazada durante las restauraciones.
La Asunción – Navas de Bureba
Continuamos el recorrido hacia Navas de Bureba, para visitar la iglesia de la Asunción. El templo, declarado “Bien de Interés Cultural” desde 1983, conserva culto cada quince días, gracias a una docena de vecinos. La torre se reconstruyó tras un derrumbe en 2014.
CAPITELES EN LAS COLUMNAS DEL ÁBSIDE. IGLESIA DE LA ASUNCIÓN DE NAVAS DE BUREBA
(© José Luis Pariente)
En su fachada destacan los arcos polilobulados superpuestos, de clara influencia mozárabe. Los canecillos, menos elaborados que en Soto, conservan un encanto rústico.
Dentro, un retablo de San Blas recuerda la festividad invernal. La guía relató el robo de dos imágenes en 1985 —una Virgen de la Leche del siglo XVIII y otra menor—, recuperadas un mes después en una alcantarilla de Toledo. Desde entonces, se celebra su regreso con una paella popular cada agosto.
FOTO DE GRUPO EN IGLESIA EN LA IGLESIA DE LA ASUNCIÓN DE NAVAS DE BUREBA (© José Luis Pariente)
Se aprovechó la escalera de acceso al templo para poder hacer la tradicional foto del grupo.
Durante la visita, en esta ocasión, un dron autorizado, manipulado por nuestro compañero Víctor González, coordinador de Asturias-Cantabria, tomó imágenes aéreas y un puntero láser ayudó a mostrar los detalles más altos. No dejó de impresionarnos la compañía de su gentil y animosa madre, quien con sus noventa y pico de años mostró siempre el mismo entusiasmo e interés que el resto del grupo.
VICTOR GONZÁLEZ CON EL DRON (© José Luis Pariente)
San Martín – Pino de Bureba
De Navas proseguimos el recorrido hasta la iglesia de San Martín, en Pino de Bureba. La iglesia se levanta entre campos dorados, con su torre reforzada tras un derrumbe antiguo.
TORRE DEL RELOJ DE PINO DE BUREBA (© José Luis Pariente)
La piedra clara brillaba al sol, y los canecillos, sencillos pero expresivos, rodeaban el ábside, sin duda, la parte más destacable del templo. El interior, de nave única y bóveda de cañón, conserva marcas de cantero. Una ventana absidial cegada recuerda el paso del tiempo y las reformas.
IGLESIA DE SAN MARTÍN (© José Luis Pariente)
El viento cruzaba el valle y silbaba entre las troneras del campanario, produciendo
un sonido que parecía dar voz a las piedras. Emprendimos el regreso y, antes de volver al autobús, la guía nos hizo un breve paréntesis para referirse a una curiosa torre con reloj, que en su base presenta restos de una probable ventana absidial con orientación canónica (según pudo comprobar in situ nuestro querido amigo, el arquitecto Juan Pérez Valcárcel), y que en su cara posterior conserva restos de alguna construcción religiosa por investigar, y que, de acuerdo con el investigador Clementino González, en un artículo publicado en El Diario de Burgos (1), podría tratarse del ábside de un templo del siglo XII. Con el ánimo dispuesto, pero necesitados ya de un merecido receso, continuamos hacia Poza de la Sal, a unos pocos kilómetros de distancia, donde ya nos estaban esperando en el restaurante Gary.
Poza de la Sal - Restaurante GARY
Poza de la Sal es un encantador pueblecito, que debe su nombre a las salinas explotadas desde antes de la época romana, y que está rodeado por una muralla, por la que se accede mediante tres puertas. Sus construcciones, en piedra, madera y yeso, conservan el sabor de la arquitectura medieval, por lo que casco urbano fue declarado conjunto histórico-artístico a finales de 1982.
AYUNTAMIENTO DE POZA DE LA SAL (© José Luis Pariente)
En el restaurante, gracias a la precaución de Carmen, ya nos tenían un menú previamente seleccionado por cada unos de nuestros compañeros, y que nuestra coordinadora, además, llevaba también impreso, para el caso en que algunos despistados como yo, por ejemplo, no recordáramos la selección previamente hecha.
COMIDA DE GRUPO EN EL RESTAURANTE (© José Luis Pariente)
Al término de la comida, y como es ya tradición, se rifaron dos libros, cuyos afortunado ganadores fueron: Románico imprescindible, de Jaime Nuño, para Carmen López y Portadas románicas, de Marta Poza Yagüe, para Jaione Arrabatiel. Nos pusimos nuevamente en marcha para trasladarnos, a la ermita de San Fagún, en los Barrios de Bureba.
Ermita de San Fagún – Los Barrios de Bureba
El autobús nos dejó al pie de la iglesia, cuyo acceso está enmarcado por una sencilla reja de hierro con el letrero de la ermita en su frente.
ACCESO A LA IGLESIA DE SAN FAGÚN (© José Luis Pariente)
Del templo, del siglo XII, también conocido como San Facundo, solo se conserva una espadaña y el ábside. Presenta muro de sillería irregular y una modesta espadaña, levantada sobre el arco triunfal de acceso al ábside. Los canecillos son simples, pero expresivos. El interior, de nave única, conserva su esencia románica.
Ermita de San Martín – Piérnigas
De nuevo en camino, esta vez hacia Piérnigas, para visitar la ermita de San Martín, que se alza entre campos donde aún quedaban tallos de girasol. La tarde doraba las piedras y el aire olía a trigo.
SAN MARTÍN DE PIÉRNIGAS (© José Luis Pariente)
En esta ocasión, el autobús nos dejó lejos porque el chófer consideró que el camino no era adecuado para llevarnos hasta la ermita, y la caminata se convirtió en aventura: más de kilómetro y medio entre campos de girasoles secos y cálida brisa. Ya en la ermita, cubierta por un curiosos tejado de lastras de piedras, y de una sola nave, conserva, en su ábside semicircular columnas adosadas y canecillos con figuras humanas y animales. Los capiteles vegetales del arco triunfal conservan trazos del siglo XII.
Entre los relieves hay músicos, acróbatas y rostros grotescos; un león de melena rizada mira hacia el campo. En el muro norte, hombres sujetados por animales representan la lucha moral.
EL AUTOBÚS (© José Luis Pariente)
De regreso, (si me permiten una breve anécdota personal) y en espera de que el alcalde convenciera al chófer del autobús que llegara hasta nosotros para evitarnos la caminata de regreso, me detuve a descansar en un poyete y de repente, como salida de la nada, se me acercó una ágil y delgadísima señora, ya muy mayor, de hermosos y enormes ojos azules, que me preguntó sorprendida el porqué había tantos coches aparcados. Al oír: “para visitar la ermita de San Martín”, respondió con ternura:
—“Sí, sí… aún falta. Conozco este camino muy bien; yo soy del pueblo, y lo recorro cada día para ir a mi paseíto.”
Su figura, al alejarse, quedó grabada en mi memoria como símbolo de la vida que aún resiste en los pueblos vacíos de nuestra patria.
Al final, el Teniente de Alcalde, sorprendido de que el grupo hubiera llegado andando, pidió disculpas y convenció al chófer para que el autobús llegara por nosotros. Los aplausos marcaron el cierre de la visita.
De Piérnigas salimos hacia la última parada, esta vez en Hermosilla, distante solo una docena de kilómetros, para visitar la iglesia de Santa Cecilia.
Iglesia de Santa Cecilia – Hermosilla
La iglesia, del siglo XII, tiene una portada de arco de medio punto con arquivoltas decoradas y relieves bíblicos. El interior, de nave única, se ilumina con luz dorada filtrada por los vanos. Motivos vegetales aluden a la vida eterna; la expresividad anuncia el paso al gótico. Si bien la portada es ya gótica, el ábside columnado es románico y conserva interesantes canecillos historiados.
IGLESIA DE SANTA CECILIA EN HERMOSILLA (© José Luis Pariente)
El silencio acompañó el final de la jornada, mientras las campanas marcaban el regreso para volver en el autobús de nuevo al barco en la Plaza de España, donde nos despedimos de nuestros compañeros de jornada hasta un siguiente encuentro románico.
Iglesia de Nuestra Señora del Valle – Monasterio de Rodilla
Pero el asunto no acabó ahí, pues como propina fuera de programa, ya con anticipación en el chat del grupo, Carmen nos había propuesto una visita para los que quisiéramos acompañarla, al municipio de Monasterio de Rodilla. La convocatoria dio un estupendo resultado y al día siguiente, alrededor de las once de la mañana, unas veinticinco personas nos reunimos en el prado frente a la ermita (iglesia, en realidad) de Nuestra Señora del Valle.
IGLESIA DE NUESTRA SEÑORA DEL VALLE (© José Luis Pariente)
Una guía distinta, Irene, acompañada por el Alberto, el custodio del edificio, explicó que el lugar forma parte del corredor de la Bureba, paso ancestral de pueblos y viajeros. Hizo mucho hincapié en que sus explicaciones, más allá de los tecnicismos y las características del estilo, se centrarían en comprender la relación entre paisaje, cultura y memoria.
EL CUSTODIO (© José Luis Pariente)
La ermita domina el valle desde una pequeña elevación. Su portada conserva arcos moldurados y canecillos figurativos: rostros, animales y motivos vegetales. Pero su
mayor riqueza, sin duda, es su estupendo y bien conservado ábside, pletórico de canecillos entre los cuales destaca un personaje inclinado que parece beber de un barril; en realidad, sostiene un instrumento aerófono antiguo denominado Dolio por el investigador Faustino Porras (2), derivado, sin duda, de la voz romana “dolia” con la que se designaba a las vasijas de barro para el transporte marítimo de sólidos y líquidos, y en este caso, símbolo de celebración y abundancia.
EL DOLIO (© José Luis Pariente)
El interior, de nave única y ábside semicircular, conserva huellas del ermitaño que vivió allí años atrás.
Aquel día fue especial para la guía, quien nos comentó emocionada que se despedía de su trabajo, recordando que el románico no es solo piedra, sino memoria viva.
El recorrido por la Bureba terminó, pero su eco permanece. Desde los primeros pasos en Soto hasta los últimos en el valle de Rodilla, cada templo fue una voz distinta del mismo lenguaje: la piedra.
ÁBSIDE DE NUESTRA SEÑORA DEL VALLE (© José Luis Pariente)
Los pueblos dormidos abrieron sus puertas al grupo, que llegó con respeto. Hubo risas, viento y una ancianita de ojos azules que parecía salida del propio paisaje, al igual que los girasoles secos que nos acompañaron durante el trayecto como guardianes del verano. Cada pétalo era una página de historia; cada piedra, una palabra que aún sabe hablar.
EL GRUPO EN RODILLA (© José Luis Pariente)
En Santa Cecilia, las sombras se alargaban sobre la piedra; en Nuestra Señora del Valle, el viento rozaba los muros como una plegaria. Y en cada uno de los monumentos, la certeza de que el románico no es solo arte: es raíz, presencia y huella.
Porque hay viajes que no terminan
cuando se regresa, sino solo cuando el
alma entiende lo que ha visto.
La Bureba. Octubre de 2025.
Notas:
(1) Pérez Barredo (2024). Reclaman luz para el oculto tesoro románico de Pino de Bureba. El Diario de Burgos, 20 de diciembre de 2024. Consultado en línea: https://www.diariodeburgos.es/noticia/z8de28b33-015f-54dc-ff44516e73775d88/202412/reclaman-luz-para-el-oculto-tesoro-romanico-de-pino-de-bureba
(2) Porras Robles, Faustino (2007). Un nuevo aerófono del Románico: El Dolio. Revista de Folklore, Tomo 27a, Núm. 315, páginas 75-85. Valladolid: Obra cultural de la Caja de Ahorros Popular de Valladolid. Consultado en línea: https://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcp8639.