Autor: Francisco Javier de la Fuente Cobos. Diciembre 2007
A modo de introducción
Una vez apaciguado el miedo que envolvió a las gentes por el paso del
año mil, el Viejo Mundo sufrió una revolución como jamás ha vuelto a
suceder. Fluyeron cambios sociales, políticos y religiosos cual ríos
ávidos por llenar el máximo espacio posible.
En el tema que nos ocupa, el religioso, surgió una expansión sin
igual en la que se construyeron y reconstruyeron infinidad de templos,
se refundaron monasterios y, allí donde no los hubo, se fundaron. Como
dijera Raúl Glaber en 1048: el mundo sacudió su vetustez para ceñirse
con frescura un manto de santuarios blancos. Es el surgir del románico,
arte sacro arquitectónico, escultórico, pictórico, mueble, que comprende
desde la segunda mitad del siglo X hasta mediado el XIII, ya en el
comienzo del Gótico.
En estos dos siglos y medio, se fundan importantes monasterios que
serían centros neurálgicos de esta expansión. Cluny y Clairvaux son dos
significativos ejemplos. También surgen las rutas e Iglesias de
Peregrinación en ciudades que, como Roma, Santiago de Compostela y
Jerusalén, serán los pilares de la Cristiandad.
Pero no todas estas maravillosas obras, fruto de la mano de un hombre
ansioso por purgar sus pecados, han llegado a nosotros. Algunas
resisten: la mayoría de éstas han sido modificadas por estilos
posteriores como el Gótico y el Barroco; otras muchas hace ya tiempo que
nos dejaron. Son esa triste cantidad de muros arruinados que campean a
lo largo y ancho del territorio europeo.
San Isidoro de Ávila, el objeto de este trabajo, es una de esas ruinas.
Una pequeña iglesia que vio su esplendor cuando acogió el cuerpo de uno
de los santos más trascendentales de la cultura cristiana y que no pudo
con el paso de los años. Ahora asiste melancólica a que lo poco que
queda de ella caiga en el olvido.
El Maestro de la Edad Media
San Isidoro nace en Cartagena en el año 556. Era el menor de tres
hermanos. Al quedar huérfanos en edad temprana, la educación recaería
sobre el hermano mayor quien le abriría los ojos y la mente al
conocimiento. Compartiendo una profunda humildad y caridad, llegó a ser
uno de los hombres más sabios de su época. Entre sus obras escribió un
tratado de astronomía y geografía, varios libros sobre los valores del
Antiguo y del Nuevo Testamento y varios tratados teológicos y
eclesiásticos entre otros de incalculable valor. Pero, sin duda, su
principal contribución serán las Etimologías, una “summa” de todos los
conocimientos antiguos condensando los principales resultados de la
ciencia de la época, siendo uno de los textos más empleados hasta
mediados del siglo XVI.
Siendo Obispo de Sevilla (episcopado que duró treinta y siete años),
fundó un colegio eclesiástico y convirtió a los Visigodos al
Catolicismo. Presidió el Concilio de Sevilla (619) y el cuarto Concilio
de Toledo (633) donde muchos de los decretos fueron aportados por él.
En su lecho de muerte, pidió perdón por todas sus faltas, perdonó a sus
enemigos y suplicó al pueblo que rogara a Dios por su alma. Repartió
todas sus posesiones entre los pobres y falleció el 4 de abril del año
636 a los 80 años de edad. La Santa Sede le declaró Doctor de la Iglesia
en 1722.
San Isidoro de Ávila. Amanecer y Ocaso
En el año de 1062, Fernando I El Grande, Rey de León y Castilla, decide
trasladar de la capital hispalense a la del reino (León dejó de ser
capital del reino en 1230) el cuerpo de Santa Justa, martirizada en la
ciudad del Guadalquivir por causa de la persecución de Diocleciano. Para
ello se envió una embajada compuesta por el Obispo de León (Alvito), el
Obispo de Astorga (Ordoño), el Conde Nuño y dos notarios (Gonzalo y
Fernando) que atestiguaran cuanto aconteciese. A pesar del objeto del
viaje, totalmente pacífico, les acompaño una escolta armada.
Tras un año de búsqueda no encontraron el cuerpo de la Santa, pero sí el
de un hombre al que se identificó como el de San Isidoro. Cuenta la
leyenda que el Santo se apareció en sueños al Obispo de León diciéndole
dónde descansaban sus huesos.
San Isidoro, “el que había atesorado en vida la más preclara
inteligencia y virtud en la España Visigoda”, es exhumado e introducido
en un arca de madera. Tras negociar la adquisición y traslado del cuerpo
con Abbad ibn Muhammad Al-Mu´tadid, Rey Taifa de Sevilla (1042 – 1069),
encaminan sus pasos hacia León. Pero llegados a la ciudad de Ávila se
ven forzados a parar ya que el Obispo Alvito enferma, falleciendo el
Prelado a los siete días. El lugar de reposo del Santo durante estas
tristes jornadas fue la pequeña ermita de San Pelayo que, desde
entonces, cambió su advocación por la de San Isidoro. Finalmente, como
es sabido, los restos del Santo fueron depositados en León en la
primitiva basílica de San Juan (hoy Real Basílica y Panteón de San
Isidoro).
El hecho de haber albergado el cuerpo de un Santo, auténtica reliquia,
hizo que la feligresía y economía de la ermita de San Isidoro creciera,
situación que permitiría que en 1116 se hicieran mejoras que le dieron
su actual aspecto, y que en 1232 tuviera una nueva consagración:
“in honorem S. Marie, Deo Christi, Pelagio Ipfe me Pedro Abulense
quedamq varones vere christiani confirmavit arq confrecavit Ecclesiam
reducta est Isidorum, Chalendis nobebris.
Era. 1270. ano. 1232. Et in honores Divi Marie fecit consecrare
hanc Ecclesiam cvivs anime Requiescat impace. Amen”
Pero con el paso de los siglos iría decayendo, siendo parroquia hasta el
siglo XVI y pasando posteriormente a depender de la Iglesia de San
Nicolás. En el siglo XVII se realizó una nueva reforma, promovida por el
obispo Martín de Bonilla, en la cual se levanta una sacristía al sur
entre la cabecera y la portada. A Causa de la Desamortización caería en
ruina y, como último daño, la gente se encargaría de reutilizar los
derruidos sillares para su propio provecho. A finales del siglo XIX,
sólo quedarían la cabecera, parte de los muros con la portada meridional
y la techumbre.
D. Emilio Rotondo y Nicolau compra la ermita a la Asociación de
Labradores de Ávila, no sin cierta polémica burocrática, por un precio
inferior al de su valor y desescombra el edificio, derriba lo que está
en mal estado y lo que puede aprovechar lo numera y desmonta para
guardarlo cuidadosamente. No pasa mucho tiempo cuando este particular
traslada los restos a un hotel de las cercanías de Madrid para
vendérselos al Estado tras su fallido intento de hacerlo, por 50.000
Ptas., al Ayuntamiento de San Sebastián. Antes de realizar la compra, el
Gobierno solicita una serie de informes a la Real Academia de la
Historia y al arquitecto D. Juan de Dios de la Roda y Delgado. Estos
documentos constatan continuamente el valor de las ruinas. Finalmente se
realizaría la compraventa por una cantidad casi veinte veces superior a
la que pagara D. Nicolau.
En 1894 se proyecta reconstruir la ermita en los jardines del Museo
Arqueológico Nacional para que pudiera ser mostrada, y como si de un
acto didáctico se tratara, celebrar en ella la Santa Misa, los domingos
y festivos, por el rito Mozárabe. Para ello se solicitó a S. M. la Reina
María Cristina, Regente de D. Alfonso XIII, que escribiera a Su
Santidad, Pío X, con el fin de que concediera una Bula que permitiese
celebrar con el antiguo rito. El Vaticano aprobaría la propuesta, pero
todo quedaría parado, desmontándose de nuevo los sillares y volviendo a
guardarlos. Cánovas del Castillo retoma el proyecto y traslada, en 1897,
las ruinas al Retiro; pero todo sufriría un nuevo parón, y en 1916 “…por
el suelo están diseminados fustes, capiteles, trozos de cornisas, restos
de ventanales y otros despojos”. Ese mismo año, D. Adolfo Fernández
Casanova presentaría un nuevo proyecto, el cual tampoco se llevaría a
cabo, y en la década de los 50 se plantearía trasladar las ruinas, una
vez más, a la Ciudad Universitaria, pero se desestimaría y quedarían
donde hoy se pueden contemplar.
Ubicación
Se podría decir que San Isidoro no tuvo una posición privilegiada.
Levantada al suroeste junto al Río Adaja, extramuros de la ciudad, en un
sitio apartado, y al sur del arrabal de Santiago, asentamiento de judíos
y moros, asistía muda a cómo otras edificaciones religiosas o civiles
nacían al amparo de la recia muralla. El único recuerdo que existe de su
emplazamiento, al menos sobre el suelo, son unos desgastados sillares
reutilizados en un muro y el nombre con el que se conoce al lugar: Atrio
de San Isidoro.
Más bucólico es el espacio destinado para su reedificación en el Retiro
madrileño. Situada en la esquina noroeste del parque, junto a La Colina
de los Gatos y a La Casita del Pescador, entre robles y castaños, y con
los restos de una fábrica como vecino, asiste muda a la ignorancia de su
existencia y de su valor.
Fruchel
Cuando Rotondo y Nicolau compró las ruinas, tan solo quedaba en pié poco
más de lo que hoy se conserva. Nada existe de la fábrica original,
posiblemente prerrománica, que viera la embajada con los restos del
santo, siendo lo que ahora resta de una mejora llevada a cabo
posteriormente.
Quizá las palabras quién y cuándo nos ayuden a saber algo más de San
Isidoro de Ávila. Claro está que en 1062 ya estaba en pié si bien su
arquitectura era más arcaica que la actual, y se sabe, por una
inscripción de una de las campanas, desaparecida, que en 1116 se le
cambia su aspecto ya en un románico universal. Pero qué manos llevaron a
cabo esa reforma y por qué motivo. Lo segundo es fácil de suponer: un
nuevo arte traído de allende los Pirineos y nacionalizado en la ciudad
de Jaca comenzaba a empapar los territorios peninsulares, cambiando en
numerosos edificios religiosos el Arte Mozárabe por el jaqués
En cuanto a lo primero, es ya más arriesgado. Posiblemente la respuesta
esté en San Andrés y San Vicente. De hecho, en este segundo, estaría la
hipotética clave. En un orden cronológico, primero se levantaría San
Isidoro (o San Pelayo), casi inmediatamente San Andrés y por último la
Basílica de San Vicente. Pero, ¿por qué nos daría la respuesta este
magnífico edificio, sin duda uno de los mejores exponentes del románico
en Castilla y León? Si uno visita los tres santos lugares, puede
comprobar que el estilo es idéntico. Como se verá más adelante, las
portadas se componen de varias arquivoltas con florones que apean en
columnas y jambas, todas carecen de tímpano, los florones son casi
idénticos y la iconografía de los capiteles, similar en todas: se ve que
proceden de las mismas manos.
La Basílica de San Vicente fue comenzada a construir en 1109 por la
cripta y la cabecera, paralizándose la obra durante cerca de cuarenta
años y terminándose por el taller de un maestro conocido como Fruchel.
Dicho personaje, de origen franco, era un claro conocedor del influjo
jaqués.
Llegado a este punto, se reducen las incógnitas porque, dada la igualdad
de los tres edificios, ¿comenzó Fruchel directamente a trabajar en la
basílica, o antes lo hizo en otros lugares como San Isidoro y San
Andrés? Mi teoría es la siguiente: el taller de un cantero conocido como
Fruchel, conocedor del románico jaqués, se asienta en la ciudad de Ávila
llevando a cabo en 1116 la remodelación de San Isidoro; concluida ésta
levanta la ermita de San Andrés incluyendo mejoras artísticas en su
estilo, y, finalmente, acepta la conclusión de las obras de la basílica
explayándose en todo su arte y conocimiento arquitectónico y
escultórico. Las obras de un edificio tan importante como la basílica
dudo mucho que fueran llevadas a cabo por un taller del que nada se
conociera, un riesgo que lógicamente se había de evitar. Por ello las
manos de Fruchel fueron siendo conocidas en la ciudad a través de sus
actos, hermosos y seguros, y el maestro acabaría siendo contratado para
finalizar las obras de San Vicente. Se trataría pues de un mismo taller.
Como conclusión de este capítulo, comentar que también se encuentra
decoración similar en otras portadas de la ciudad, si bien son algo
posteriores. Por lo tanto la mano de Fruchel llegó a ellas, bien
directamente o, lo más probable, por medio de discípulos. Todas siguen
la estética del maestro, pero aun así difieren de las demás tratadas
aquí. Lo último que se sabe del Maestro Fruchel es que diseñó y empezó a
construir antes de su fallecimiento la Catedral de Ávila.
San Isidoro y San Sebastián
“… habiendo adquirido la antigua ermita que estuvo en Ávila de los
Caballeros destinada a la advocación de San Isidoro (…), para
reedificarse en la provincia de España que mejor acogiere la elevada
idea de perpetuar tan importante templo, en bien de la religión y del
arte antiguo (…)”.
De esta manera se dirigía D. Emilio Rotondo y Nicolau al presidente de
la importante municipalidad de San Sebastián de las Vascongadas, con el
objeto de que las ruinas fueran adquiridas por el ayuntamiento
donostiarra. Para ello, Nicolau escribió una solicitud de su puño y
letra, fechada el 8 de agosto de 1893, con la cual adjuntaba once
fotografías y una relación detallada de las piezas que se venderían.
¿Pero por qué motivo estaba tan interesado Nicolau en vender las ruinas
a la ciudad de San Sebastián? Bien es cierto que pudo ofrecerlas a otras
ciudades importantes y más adineradas, hecho que no se descarta, pero la
respuesta es mucho más sencilla: sentía un gran apego por la ciudad al
poseer en ella una segunda vivienda en la cual residía en época estival.
Para ganarse más posibilidades de venta, Nicolau no duda en aumentar el
valor histórico y arqueológico de las ruinas, retrasando su datación al
siglo VI; también propone su ubicación, el Monte Ulía, y que se
erigieran como Panteón de Ilustres Vascos.
En cuanto al importe de la venta, Nicolau lo cifra en 50.000 Ptas, casi
144.000 € de hoy día, que serían pagaderas en 35.000 Ptas. al
otorgamiento de la escritura, y el resto en “cómodas” letras a dos años.
Para estudiar la propuesta, la Comisión de Monumentos Históricos y
Artísticos de Guipúzcoa celebra, el 25 de agosto de 1893, una sesión
presidida por el Marqués de Cubas y de Fontalba, de la Real Academia de
las Artes. El 11 de septiembre del mismo año se aprueba una petición de
estudio de las ruinas, para la cual se solicita a Nicolau que amplíe
información. Finalmente, dicha comisión, a la cual se une D. José Gómez
de Orteche, de la Real Academia de la Historia, rechaza la propuesta
alegando que es mucho dinero, gasto que se puede invertir en otras
mejoras para la ciudad.
De la ermita
Por los informes que llevara a cabo la Real Academia de la Historia para
el Estado entre 1892 y 1895, podemos saber que tenía unas reducidas
dimensiones. Quiero comentar aquí lo que podría revelar una excavación
sobre el emplazamiento original ya que los cimientos hablarían por sí
solos.
La ermita de San Isidoro constaba de una única nave cubierta con
techumbre de madera, una puerta al medio día y otra a los pies, y un
ábside semicircular con tramo recto presbiteral cubiertos con bóveda de
horno y de cañón respectivamente.
Se desconoce la forma exacta de la cubierta de madera al estar
hundida cuando se desescombra el edificio, que bien pudo ser plana, a
dos aguas, o con aire oriental (hecho probable al hallarse la ermita al
sur del arrabal de Santiago, asentamiento de judíos y moros). También
disponía de torre o una espadaña; personalmente me inclino más por lo
segundo. Como punto final a la descripción general, breve por lo poco
que ha llegado a nosotros, comentar que por la reconstrucción que
realizara J. L. Gutiérrez de su planta, la cabecera estaba un tanto
desproporcionada al ser más grande de lo normal comparando las
dimensiones de la nave en sí; el aparejo de los sillares debió ser de
muy buena factura por lo que se aprecia en el ábside.
Las ruinas
Dos son los elementos que conforman las ruinas de San Isidoro de Ávila:
la portada, bastante deteriorada, y el ábside, sin dudarlo lo mejor del
conjunto.
Del ábside
El ábside en una iglesia es el Sancta Sanctorum, el lugar sagrado por
excelencia. Otrora reservado al culto, cerrado a la feligresía, a lo
mundano y terrenal, en el románico se descubre en su esplendor místico.
Orientado al Este, es lo más cercano al nacimiento de lo divino.
El ábside de San Isidoro hace tiempo que perdió sus funciones litúrgicas
y arquitectónicas. Derruido ahora, compite en una nueva pugna: perdurar
en el tiempo. De planta semicircular, el paño está dividido en tres
calles por dos semicolumnas adosadas, y centrando cada espacio una
ventana con fuerte derrame al interior. Si tomamos unas medidas in situ,
podemos hacernos una idea de las dimensiones, pero he de advertir que no
son exactas aunque sí bastante aproximadas. Una vez más he de hacer un
comentario acerca de lo que desvelaría una excavación en el
emplazamiento original. De esta manera se podría saber que el ábside de
la ermita de San Isidoro tenía una luz en su interior que oscilaría
entre los cinco y seis metros, con un ancho de muro de un metro y
setenta centímetros aproximadamente y rondaría los dos metros en el
presbiterio. Las tres ventanas se abrían a una distancia de noventa
grados la central y a unos cuarenta y cinco grados la del evangelio y la
de la epístola respectivamente, quedando en el exterior en el eje medio
las semicolumnas que dividían el ábside en las tres partes mencionadas.
Al no tener el material ni los medios adecuados ha sido imposible ver
cuánto mide de alto; señalar únicamente, que todo el ábside se levanta
sobre un zócalo que sobresale por el interior veinte centímetros y tiene
una altura de un metro y setenta centímetros en el exterior.
Los detalles
El interior
Por los restos arquitectónicos y escultóricos que resisten al olvido y
al abandono, unidos a la claridad de la piedra, la ermita de San Isidoro
debió ser hermosa. Uno se puede imaginar los rayos de luz atravesando el
translúcido mármol de los ventanales, e invadir la pequeña nave. Ahora
las ramas de un árbol que crece bien pegado a los sillares velan esa
luz.
El interior del ábside está dividido en tres cuerpos: el inferior es un
zócalo que discurre por todo el muro sobresaliendo unos centímetros de
él. El intermedio o segundo cuerpo, sin relieves ni detalle alguno,
parte del zócalo hasta una línea de imposta que sirve de arranque a las
ventanas. Estas, ya en el tercer cuerpo, ocupan todo el espacio hasta
otra imposta que hacía de nexo entre el muro y la bóveda. Actualmente es
imposible saber si la decoración era exclusiva del ábside, presbiterio y
capilla absidal, o también corría por las paredes de la nave.
De la totalidad del semicírculo, tan solo se conserva la parte central y
el lateral de la epístola, además del arranque del presbiterio del mismo
lado. El cuerpo de ventanas está compuesto de la siguiente manera:
1º/ Una línea de imposta que recorre todo el ábside compuesta por dos
líneas que se entrecruzan entre dos baquetones, uno inferior y otro
superior más grueso.
2º a/ Tres ventanas, originalmente abiertas al noreste, este y sureste,
aspilleradas al exterior y con fuerte derrame al interior, con dos
arquivoltas que apean la interior sobre un par de columnas de fuste liso
con capiteles zoomórficos y fitomórficos, y la exterior sobre jambas
sencillas. Sobre los capiteles, un cimacio compuesto por flores
cruciformes inscritas en un círculo abierto acanalado y dos tallos
enroscados en el ángulo superior izquierdo y en el inferior derecho.
Cierra cada ventana una chambrana de ajedrezado jaqués.
2º b/ Los cimacios continúan en una imposta corrida con el mismo motivo
tallado.
3º/ Una línea de imposta, también con entrelazado entre baquetones,
cierra el muro y el cuerpo de ventanas, corriendo tangente a cada
chambrana.
En cuanto a la decoración de los capiteles, es mejor verlos uno a uno.
Ya he comentado que el ábside tenía tres ventanas de las cuales se
conservan tan solo dos, por lo que el número de capiteles se reduce de
doce a ocho. Todos son zoomórficos a excepción de dos que son
fitomórficos. La talla y forma es similar a los capiteles de la ermita
de San Andrés y la Basílica de San Vicente.
Capitel A: El primer capitel que se describe tiene tallados dos animales
afrontados y unidos por la cabeza. Debido al desgaste, no se aprecia
bien a qué especie corresponden. El del lado interior tiene sobre su
lomo algo parecido a una montura o dos especies de correas bajándole por
el costado a la panza. ¿Estaríamos hablando de un caballo? Hay fuentes
que quieren ver en este capitel una representación de Sansón
desquijarando al león, pero debido al deterioro de la talla no se ha
podido confirmar. La figura del lado exterior, mucho más deteriorada, no
muestra relieve alguno exceptuando una pequeña muesca, casi
imperceptible, junto a la pata delantera.
Capitel B: El siguiente capitel, segundo de esta ventana central,
muestra dos aves afrontadas unidas por el pecho entre tallos vegetales.
Cada tallo parte del collarino del capitel y se mete entre las patas de
cada ave para terminar en una especie de flor. En el ángulo y por encima
del cuello de las aves, sobresale un motivo vegetal. Las aves están muy
erosionadas por lo que no se aprecia la especie. En numerosas ocasiones,
el ave asemeja el alma del ser humano y los enredados tallos el pecado.
¿Se podría aplicar a este capitel…?
Capitel C: El tercer capitel es el primero de la ventana de la epístola.
En él se aprecia la forma de dos grifos afrontados y unidos por cabeza y
pecho.
Capitel D: El cuarto y último capitel del lado interior es fitomórfico.
De talla casi idéntica al de la portada de la Ermita de San Segundo,
muestra cuatro alargadas hojas curvadas con estrías talladas en la
totalidad de su longitud. Las dos centrales se unen por la punta en el
ángulo y las exteriores se oponen quedando abiertas al exterior.
El exterior
En su parte exterior, el ábside está dividido en tres calles por dos
semicolumnas adosadas. Éstas tienen un diámetro aproximado de treinta y
cinco centímetros y se alzan sobre una alta peana de unos setenta
centímetros de ancho y cincuenta de fondo (la altura no ha sido medida
ya que esa parte el terreno donde se ha reconstruido la ermita hace
desnivel, frustrando toda tentativa de medición, si no exacta,
aproximada). Cada semicolumna termina en un capitel cuya iconografía es
imposible de determinar debido al gran deterioro que presenta. El
cimacio sobresale de la línea del muro corriendo por todo él en una
imposta, detalle que nos dice claramente que el ábside carecía de
canecillos. En cada una de las tres partes del tambor absidal abren las
correspondientes ventanas (siempre pensando en la estructura original).
Al igual que en el interior, veamos ahora la composición en detalle:
1º/ Al igual que su homóloga interna, una línea de imposta que sirve de
arranque a cada ventana, continúa por el muro exceptuando ahí donde
corta la semicolumna, y su decoración también son dos líneas que se
entrecruzan entre un baquetón superior y otro inferior.
2º a/ Ventana con dos arquivoltas lisas; la interior apea sobre un par
de columnas de fuste liso y la exterior sobre jambas, centrando todo el
conjunto una aspillera que abre en derrame hacia el interior. Cierra el
conjunto una chambrana de ajedrezado jaqués. La decoración de los
capiteles, que más adelante veremos, es también zoomórfica y fitomórfica,
y el cimacio con flores cruciformes inscritas en círculo abierto
acanalado y con los mismos tallos enroscados en dos de sus cuatro
ángulos.
2º b/ Sigue el cimacio de los capiteles en una imposta corrida con la
misma decoración cortando donde cruzan las semicolumnas.
3º/ Por último, una tercera línea de imposta en el extremo del muro,
también con flores cruciformes dentro de acanalados círculos abiertos y
tallos enroscados, con la salvedad de que no es cortada como las
anteriores, sino que sigue por el cimacio de los capiteles de las
semicolumnas sobresaliendo de la línea del muro. Ningún alero se
encuentra en esta estructura carente de canecillos, ya que la cubierta
partía directamente de este punto.
Los capiteles repiten la temática y talla del interior.
Capitel E: En este primer capitel se ven dos leones afrontados y unidos
por sus respectivas cabezas. Estas se muestras agachadas mirando al
suelo (no hay señal alguna de que devoren algo), y el rabo lo tienen
enroscado bajo los cuartos traseros para acabar reposando sobre el lomo.
El león en el románico puede tener significado positivo (Cristo, León de
Judá) o negativo (Satanás). La cola sobre el lomo, señal de nobleza y
sabiduría, y la cabeza gacha en acto de sumisión hacen que opte por el
Capitel F: Este segundo capitel es una muestra clara de la lucha entre
el bien y el mal. En la cara externa se ve a un jinete sobre un
cuadrúpedo, que bien puede ser un caballo, y en la cara interna una
sirena con cola de pez enroscada sobre sí misma. El mitológico animal
representa al pecado, lastre del hombre medieval, y el jinete el
instrumento de Dios, ya sea en buen hacer o la Palabra Divina, que
intercede para que el pecador quede limpio de Espíritu.
Capitel G: Repite en temática al mismo del interior. En el se ven las
figuras de dos grifos afrontados.
Capitel H: También es igual a su homólogo interior. Mucho más
desgastado, repite la temática vegetal de tallos con hojas estriadas
longitudinalmente a los mismos.
Por lo que se ha podido ver, la talla de los capiteles gira en torno al
bien y al mal. Cierto que es conjeturar demasiado, sobre todo teniendo
en cuenta que faltan los cuatro capiteles de la ventana más
septentrional, pero bien nos podría decir todo el conjunto que el hombre
que no sigue la Palabra de Dios (leones con la cabeza humillada) puede
verse abordado por innumerables pecados (aves entre tallos), por lo que
tendrá que luchar para limpiar su alma (jinete contra la sirena) si
quiere llegar al Paraíso (capiteles vegetales).
Del presbiterio
Actualmente nada queda del presbiterio que tuviera la ermita. Parece ser
que éste desapareció unos pocos años antes de la compra por Rotondo y
Nicolau. Pero afortunadamente se puede saber cómo era su estructura
gracias a unos grabados que se hicieron para la obra Monumentos
Arquitectónicos de España.
El cuerpo presbiteral se cubría con bóveda de cañón y estaba dividido en
dos tramos por medio de un arco fajón que apeaba en dos semicolumnas
adosadas al muro sobre alta peana. En cada tramo tenía un par de arcos
ciegos a la misma altura de las ventanas del hemiciclo que carecían del
doble bocel y la chambrana. Las impostas corrían exactamente igual que
en el ábside, y la iconografía de los capiteles era la siguiente:
Arcos ciegos:
- Leones afrontados y en postura similar al capitel del exterior del
ábside.
- Hojas de acanto
- Aves
Arco fajón:
- Leones entre motivos vegetales
- Elefante con castillete sobre su lomo (similar al que hay en San
Vicente)
Al exterior, el presbiterio se articulaba idénticamente que el interior.
Semejante composición la encontramos en la Basílica de San Vicente y,
más que en cualquier otro lugar, en la Ermita de San Andrés. Apuntar por
último que todo el conjunto de la cabecera estaba elevado respecto a la
nave, teniendo que acceder por medio de unas escaleras. Este detalle le
hizo ser a la Ermita de San Isidoro única, ya que ninguna otra iglesia
de Ávila repitió la articulación de una cabecera elevada.
De la portada
El ingreso a la ermita de San Isidoro se efectuaba por medio de dos
puertas, una abierta al medio día y otra, desaparecida, a los pies.
Quitando la temática iconográfica, totalmente erosionada, su estructura
arquitectónica está más o menos bien conservada.
Estamos hablando de una puerta formada por cuatro arquivoltas de las
cuales la interior y la exterior apean sobre jambas lisas, y las dos
interiores sobre dos pares de columnas de fuste liso y unos veinte
centímetros de diámetro, que a su vez apoyan en basas áticas muy
deterioradas. Tiene una luz al exterior aproximada de tres metros y
setenta centímetros, y su situación ronda los quince metros desde su eje
medio hasta el arranque del tambor del ábside.
Los capiteles, en los cuales apean dos de las cuatro arquivoltas de la
portada, tenían en su labra grifos afrontados con la cabeza vuelta, y
hojas similares a las que se pueden ver en el ábside. Si uno se fija,
todavía se pueden apreciar.
De las cuatro arquivoltas, la primera y las dos más exteriores muestran
florones del tipo de los de las portadas de San Andrés y la meridional
de San Vicente. La restante tiene como único adorno un grueso baquetón.
Algo mejor conservado, al menos las piezas que existen, es la chambrana
de ajedrezado jaqués que cierra la arquivolta más exterior. El cimacio
de los capiteles continuaba en imposta corrida, por lo que se puede
apreciar en los pocos vestigios aislados, repitiendo las flores
cruciformes inscritas en círculos abiertos acanalados y tallos
enroscados.
Se dice que el vano de ingreso a un templo es el punto de transición
entre la oscuridad del exterior y la luminosidad espiritual del
interior; en multitud de iglesias aun es así, pero en San Isidoro de
Ávila ya se apagó esa luz…
BIBLIOGRAFÍA
- Vila Da Vila, Mª Margarita. Ávila Románica: talleres escultóricos de
filiación Hibo – Languedociana. 1999
- Gómez Moreno y J. L. Gutiérrez. Dibujos de los Monumentos
Arquitectónicos de España.
- Gutiérrez Robledo, J. L. Las Iglesias románicas de la ciudad de Ávila.
1982
- Archivo de la Real Academia de la Historia
- Archivo Municipal de San Sebastián de Guipúzcoa
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