Autor: Jesús Pérez de Ciriza, AdR 0070. Octubre 2007
En la parroquia de San Martín, en la pequeña localidad Valdorbesa de Orísoain, hace cuarenta años, en los trabajos de saneamiento y restauración de suelos y paredes, fue descubierta por sus vecinos una cripta olvidada en la memoria de sus ancianos, uno de los secretos mejor guardado durante cientos de años en el interior de su iglesia.
Pocas son las parroquias en los ramales del Camino de Santiago con este tipo de construcción; en la de Orisoain, veremos la intención del maestro en buscar el desnivel del terreno que le ofrecía el alto para así poder reflejar la esencia de su misticismo, la constante unión simbólica entre el cielo y la tierra, mostrándola, en este caso, desde la montaña y la caverna.
Dentro de su arquitectura, encontramos la misma esencia de este
símbolo en el interior de la nave, en el espacio que da pie a la cripta,
formado por el cuadrado entre columnas prismáticas representando a la
tierra abriéndose al cielo a través de sus capiteles, tres de ellos con
vegetales, bolas y jerarquías celestes y el cuarto con simétricos leones
sagitario apuntando al ave que posa en el lomo. Sobre el ajedrezado de
los pilares, quedan arranques de arcos formeros y, en un costado, el
portillo de acceso a la celda de la cúpula, hoy desaparecida.
En
la escultura de los canecillos, repite la idea de lo dual entre opuestos
y complementarios que forman parte de la unidad. Lo hace con el ouroboro
de dos serpientes, personajes que miran arriba y abajo, la pareja con el
pan y el vino, aunque su modelo predominante es el mismo que se da en
los capiteles de las iglesias de la Asunción de Olleta y San Pedro ad
Vincula en Echano, representando la unión entre los dos mundos, terreno
y celeste, mediante la trompa y el vaciado acompañado de caras y
siluetas como seres angelicales. Una de las esculturas que refleja mayor
sencillez y claridad en esta idea la encontramos en el capitel derecho
del arco del triunfo.
Tras una trampilla delante del altar, una escalera desciende al interior de la cripta. Para entrar, será necesario agachar la cabeza, casi a modo de genuflexión, y atravesar dos pequeños arcos. Bajo el ábside, tres columnas adosadas al muro norte y otras tres al sur, de poco más de un metro de altura, dan arranque a los nervios que sostienen la media bóveda de horno. En el centro de ellas, orientada al este, una saetera abocinada, la única original del ábside, deja entrar al amanecer, durante pocos minutos, un haz de luz; y sólo durante siete semanas antes del equinoccio del otoño y siete semanas después del de primavera.
La dimensión reducida de la cripta contrasta con su abundante escultura. Trata sobre los enigmas del génesis y el camino de la luz y está destinada a la meditación y contemplación de fieles y peregrinos. Cuenta, siguiendo el hilo de la dualidad como conductor del simbolismo, con imágenes opuestas y complementarias en su significado, columna frente a columna. Se busca la simetría en los capiteles con sencillos y antiguos arquetipos como las conchas, las aves, las serpientes, las palmas, el lazo, el nudo, el triangulo, el fruto, la simiente y la luz…
Desde el exterior se puede ver que la situación de esta pequeña joya respecto al valle no es casual; está en el encuentro entre la Valdorba llana y la serrana, en el centro de los semicírculos formados por las sierras de Alaiz, Izco y Guerinda, en su parte montañosa, y los cerros bajos que mugan con Artajona, con sus campos de viñas, olivos y cereal. Una bella panorámica, salpicada de ermitas e iglesias rurales, se observa desde un pequeño alto, cruce de los dos principales caminos internos utilizados por los peregrinos medievales.