Este artículo de opinión viene a resumir, en la medida de los posible, las dos mesas redondas que ofrecí en la sede de Amigos del Románico (AdR), los días 7 y 21 de marzo, dedicadas a la restauración de un edificio románico en base a dos ejemplos antagónicos: las iglesias de San Juan de Portomarín (Lugo) y de Santa María de Rabanal del Camino (León). Dos casos muy distintos pero sobre los que planearon, y siguen planeando, los hilos de la política en cuanto a la conservación del patrimonio histórico se refiere.
Cuando se rebusca en los archivos del NO-DO la noticia de la inauguración del embalse de Belesar (1963), en la provincia de Lugo, se ve a Francisco Franco inaugurando un gran complejo hidroeléctrico que sentenció para siempre la histórica villa de Portomarín, caserío típico gallego de raíces romanas y netamente medieval en su edad madura. Un bello rincón lucense de casas solariegas, edificadas con pizarra desde los cimientos y hasta el tejado, cobijo de negocios, viviendas, nobles gentes, caballerías, aperos de labranza, abundantes cosechas y barriles repletos de anguilas pescadas en el río Miño.
Cuando se proyectó la presa, una fatal modificación del proyecto original que pretendía levantar dos embalsamientos en medio de los cuales quedaría la villa medieval, las aguas anegaron el viejo Portomarín. Afortunadamente, también se ejecutó un proyecto para trasladar por completo todo el pueblo y los edificios históricos que contenía, una empresa ingente que la prensa del régimen y la internacional denominarían como el mayor traslado monumental de toda Europa hasta la fecha. El desmontaje, traslado y reedificación de Portomarín fue encargado a Francisco Pons Sorolla, que se encargaría de los edificios históricos, y a Manuel Moreno Lacasa, artífice del diseño y estructuración del nuevo caserío. Así, junto con los recuerdos de los habitantes, el arco del puente medieval y su capilla de Santiago, la portada de la iglesia de San Pedro y la iglesia de San Juan vieron como su fábrica se fue desmontando como piezas de un inmenso puzle. Pons Sorolla aprovechó el traslado de la iglesia de San Juan para acometer una serie de intervenciones en el templo, como la eliminación de la sacristía que alteraba el volumen del ábside y otros elementos. Aunque la de mayor calado fue aquella que recuperó la fortificación superior, totalmente alterada por el paso de los siglos.
El proceso fue sencillo pese a la magnitud. Todos los sillares y piezas molduradas del edificio fueron numerados por hiladas y de abajo hacia arriba. Las juntas que no cedían al apalancar los bloques de piedra, fueron serradas. Las dovelas de las portadas con decoración figurada, así como los capiteles y toda pieza que albergara motivos zoomórficos y vegetales, fueron recubiertos con una resina soluble y, a su vez, protegidos con escayola y placas de zinc.
El solar en el que se reedificó la iglesia de San Juan, situado en la zona más céntrica del nuevo Portomarín, no poseía la misma inclinación ni niveles que el enclave original. Pons Sorolla tuvo que corregir las diferencias de cota y recuperar zonas de muro enterradas, al igual que reponer otras para nivelar el templo. El resultado es bien visible hoy en día y hasta se agradece que, por ejemplo, la portada septentrional y todo ese costado del edificio fueran desenterrados fruto del sucesivo aumento del nivel de la calle que discurría por ese flanco, sin duda producido por el arrastre de tierras.
La recuperación del paso de ronda superior alteró el aspecto de la iglesia. Las sucesivas modificaciones habían desfigurado por completo el adarve, las almenas y las cuatro torres angulares. Pons Sorolla, partiendo de los restos conservados, reconstruyó los merlones de los flancos y supuso los de las torres. También retranqueó el tejado, que volvió a apear sobre los muros interiores y no directamente en las almenas. Al quedar al descubierto todo el paso de ronda, Pons Sorolla impermeabiliza el solado, si bien años más tarde, en 1986, se tuvo que realizar una restauración de la restauración y añadir unos tejadillos que prolongaron las cubiertas hasta las almenas. Con este remedio se consiguieron evitar las filtraciones y la falta de estabilidad que había comenzado a experimentar la bóveda de la nave en su primer tramo.
Junto con la restauración integral del templo, Pons Sorolla decidió desnudarlo por completo. Eliminó el retablo barroco que ocultaba el hemiciclo absidal, así como otros retablos que vestían las paredes de la nave. Una medida discutible según el parecer de unos y de otros, no siempre acertada y que, si no se remedia llegado el caso, puede provocar que esos bienes muebles de uso litúrgico, profanados en pro de una idea equivocada, lleguen a desaparecer.
El segundo ejemplo, la iglesia leonesa de Rabanal del Camino, es todo lo contrario al final feliz visto en Portomarín. El templo maragato, una iglesia rural aparentemente sencilla, se encontraba hasta hace unos poco en un estado de casi abandono. En los primeros años de la pasada década, una comunidad de monjes benedictinos abrieron un albergue de peregrinos y una casa de retiro frente a la iglesia, encargándose de los oficios religiosos celebrados en ella. Los monjes realizaron una serie de reparaciones destinadas a afirmar tejas, recibir algunos sillares y a dar una mano de pintura al enfoscado del interior. Estas intervenciones propias derivaron en un proyecto que desde su primer trazo caminaba hacia el fracaso. La comunidad religiosa llegó a pretender convertir la iglesia de Santa María en el nuevo Frómista. El obispado de Astorga y la Junta de Castilla y León echaron por tierra esta idea. Pero las brasas ya habían sido encendidas. Debido a las habladurías de unos y a los actos de otros, la tranquila localidad leonesa estalló cual polvorín en 2009. Mientras la tensión crecía entre los habitantes de Rabanal y los monjes del monasterio de San Salvador del Monte Irago, además de entre la Guarda Civil y una multitud de vecinos venidos de otros pueblos linderos con la intención de posicionarse a favor de unos o de otros, la sombra de la ruina siguió proyectándose sobre la iglesia local. La Junta de Castilla y León tuvo que esperar a que los ánimos se enfriaran para que, meses después, se metiera de lleno en la redacción de un proyecto de restauración definitivo.
El proyecto, que AdR tuvo la posibilidad de revisar gracias a una invitación directa de Enrique Saiz, Director General de Patrimonio Cultural de la Junta de Castilla y León, pretende corregir los problemas de cimentación, desplazamiento de muros derivados del mal estado de la bóveda, consolidar ésta, recuperar los arcos ciegos del tramo recto de la cabecera, eliminar las importantes y alarmantes grietas (especialmente la del ábside) y, en definitiva, solar, enfoscar y meter cableado y alumbrado nuevos. Y digo bien, pretende, pues no se ha llegado a ejecutar. Se realizaron unas excavaciones arqueológicas en el interior de la iglesia, pero nada más. La Junta de Castilla y León se vio obligada a para la restauración debido a la crisis. Y, de no concluir, la iglesia de Santa María no aguantará muchos inviernos y quién sabe si en una década no tendremos que describirla hablando en pasado.
Con los ejemplos de San Juan de Portomarín y de Santa María de Rabanal del Camino se ha tocado una restauración en todos sus posibles: reposición de piezas mimetizadas con las originales, diferentes según las cartas de Atenas y de Venecia, el traslado integral del bien a proteger, su idealización, la restauración de una restauración y la peor de todas: su cancelación a riesgo del colapso total del edificio.
Javier de la Fuente Cobos