Autor: Jaime Cobreros
Nuestra sociedad líquida - considerada así por su inestabilidad e inconsistencia - es incapaz de plantearse preguntas sobre asuntos de cierta densidad que nacen en su propio seno. Es el caso de algunas entidades emergentes desde hace unas décadas en la civilización occidental y que, a pesar de la diversidad de sus naturalezas y orígenes, todas ellas tienen una función común.
Me refiero, por ejemplo, al interés despertado por las peregrinaciones mayores (inimaginable por su magnitud actual en el caso del Camino de Santiago), por el canto gregoriano con devotos cada día más numerosos, por los iconos bizantinos que sutilmente van penetrando en Occidente, por el románico, como bien sabemos en Amigos del Románico. Estas entidades, y alguna más, se afianzan con el paso de los años como realidades consistentes.
El denominador común a estas entidades es doble: se dirigen a todos los hombres y, al mismo tiempo, a la totalidad de cada hombre: a sus sentidos, a su psiquismo, a su espíritu y a su intelecto profundo. Por ello las denomino “operadores trascendentes”. Binomio aparentemente contradictorio, pues “operador” es término al que actualmente se le han conferido nuevos significados y “trascendente” es palabra cada día más en desuso. Sin embargo, considerando para el primero sus acepciones de “el que lleva a cabo” o “dispositivo” y para el segundo “lo que está más allá del conocimiento posible”, el binomio “operador trascendente” bien puede ser comprendido como “el dispositivo que lleva a lo que está más allá del conocimiento posible”.
El origen de los operadores trascendentes se remonta a la hermenéutica bíblica de los Padres de la Iglesia, es decir a la interpretación de los textos sagrados en los primeros siglos del cristianismo. A los Padres se deben los famosos “cuatro sentidos de la Escritura”. Estos son: El sentido literal, el sentido moral (modo de comportamiento), el sentido alegórico (los textos bíblicos anuncian lo que Cristo realizará en verdad) y el sentido anagógico (“que conduce hacia lo alto”).
Estos cuatro sentidos hacen posible otros tantos entendimientos (1) de los textos bíblicos: desde el directo (literal) hasta el que trata de lo divino (anagógico), pasando por la postura que adopta cada lector ante un texto determinado (moral) y lo que aquél entrevé en un texto que hablando de una cosa alude a otra más profunda (analógico). Lo que cada operador trascendente ofrece a los hombres es, precisamente, la posibilidad de pasar del entendimiento de lo evidente, literal y directo hasta el entendimiento en distintas profundidades del Ser, de Dios (2).
Los niveles de entendimiento que cada hombre pueda alcanzar dependerán de sus circunstancias personales: de sus experiencias vitales, de su capacidad sensitiva, de sus bagajes cultural y sentimental, de su formación, de su poder de discernimiento, de su interés, etc., etc. De ahí que los operadores trascendentes sean forzosamente discriminatorios, aunque al pensamiento correcto dominante hoy le cueste aceptarlo. Pero es así y seguirá siéndolo siempre.
Tomando como ejemplo el Camino de Santiago, sus cuatro entendimientos serían: el Camino como andadura o sentido directo, el Camino como fin penitencial o sentido moral, el Camino como figuración de la vida o sentido alegórico y el Camino como regreso al Padre guiados por el Apóstol Santiago o sentido anagógico. De modo semejante pueden ser contemplados los operadores trascendentes expuestos al comienzo.
Al considerar las peregrinaciones como operadores trascendentes, me refiero de forma especial a las tres peregrinaciones mayores del cristianismo: Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela.
Peregrinar a Jerusalén es dirigirse al centro de la Tierra, como lo indican los mapas antiguos. Recorrer Tierra Santa es pisar, ver, oler, palpar, oír lo que pisó, vio, olió, palpó, oyó el Hijo de Dios y del hombre. Lo imaginado por el creyente se hace en Tierra Santa tangible, preciso. El Misterio toma formas concretas, resonando sus ecos en las piedras eternas. La Tierra Santa alude a un espacio santo y, por tanto también, a un tiempo santo. En Tierra Santa el tiempo parece contraerse - como en otros espacios dilatarse -, acercando así el tiempo de cada peregrino al tiempo santo. Es un paso más allá del sentido tercero o analógico de las Escrituras: la certidumbre llega a la inteligencia profunda del peregrino que se inicia en el entendimiento anagógico. El progresivo conocimiento de Dios hecho hombre se hace evidente en los Santos Lugares. Primero en los alrededores del Lago Tiberiades y finalmente en Jerusalén. En Nazaret, no lejos del lago, se fusionan una dotación de cromosomas humanos con otra dotación de cromosomas creados en el misterio de la Divinidad, formando el embrión de Dios Hijo. Unos treinta años más tarde Éste enseña su amor desbordante, sobreabundante, por los hombres (multiplicación de los panes y los peces), el verdadero Reino de los desposeídos (bienaventuranzas) y el cuerpo de Gloria como premio celestial a los justos (Transfiguración). Toda una propuesta y un desvelamiento de la eternidad. En Jerusalén comenzará el deicidio a lo largo de la Vía Dolorosa que concluirá con la vida de Dios Hijo en el Gólgota para redención de todos los hombres. El Santo Sepulcro es el eje del mundo sobre el que gira la historia del género humano. A tal punto es así que la construcción que cobija el Sepulcro es doblemente circular (La Rotonda), acogiendo en su centro al propio Sepulcro rodeado de una construcción que en su parte superior adquiere forma cilíndrica como símbolo de la absorción del Resucitado. El carácter axial del Santo Sepulcro - en todas las dimensiones de la realidad - hace de la Resurrección de Dios Hijo el eje del cristianismo y de la historia de la humanidad. En esta Basílica de la Resurrección, integrado el peregrino en ese mismo eje, se adquiere la certeza de la «lógica absoluta del catolicismo» (3), siendo una «dulce memoria» (4) el recordarlo. Ya fuera del tiempo, la carne resucitada alcanza la Jerusalén celestial.
Si el Camino de Santiago es el recorrido entre la casa del peregrino y la casa del Padre, Tierra Santa el encuentro con un Dios nítido y cercano, Roma es la peregrinación por una ciudad. Por una ciudad que atrae a todos los sentidos, dispara emociones y sentimientos, apabulla con su historia y avasalla con su arte, pero guarda el tesoro más importante: su permanencia en el tiempo a pesar de avatares sin igual sufridos a los largo de dos mil años. El misterio de Roma es su perpetuación. La demostración de que existe una voluntad divina de permanencia frente a los afanes efímeros de los hombres. Se peregrina por Roma sintiendo y reflexionando sobre la constante “Acción” de Dios, del Verbo, pues todo verbo expresa una acción. Esta permanencia en el tiempo no coarta la libertad de acción del hombre, sino que en numerosas ocasiones se apoya paradójicamente en esa misma libertad. El cristianismo, nacido en un pequeño país asiático, muy pronto encuentra en Roma su medio de difusión por todo el mundo entonces conocido. Con el tiempo terminará siendo el elemento más importante en la formación de la civilización occidental. Los designios de Dios se manifiestan en este caso con claridad, conociendo el hombre anagógicamente la voluntad de su Creador. La axialidad de Roma se materializa en la Tumba de San Pedro y en el Vaticano que la engloba. Roma guarda la piedra viva que nació a orillas del Tiberiades: «Con esta piedra…».
El canto gregoriano es otro de los operadores trascendentes diferenciado del resto, pues su acción se debe al sonido. Se puede hablar del gregoriano como canto sagrado siempre que ello no sea considerado sinónimo de canto religioso. Lo sagrado propicia el conocimiento de lo suprasensible, lo religioso activa emoción y sentimiento. El gregoriano es antes que nada oraciones cantadas dirigidas principalmente a Dios y a la Virgen. El texto - en latín, salvo excepciones en griego - es lo fundamental y el modo de cantarlo determinante: monódico con una única línea melódica sin altibajos acusados y en ocasiones discretamente polifónico. Con frecuencia es canto melismático con varios tonos por sílaba de texto. De compases regulares, sin estridencias ni personalismos, pues toda impostación vocal está fuera de lugar. Existen en el gregoriano ocho modos de canto. Estas formas expresivas del gregoriano tienen el mismo origen que las oraciones cantadas. Es así como el canto gregoriano alcanza su función sagrada, similar para algunos autores al canto que los justos entonarían al Altísimo en la eternidad formando el décimo círculo tras los nueve angélicos (5). El canto gregoriano, con su esencialidad musical en la que ni falta ni sobra un melisma, acerca al hombre, a través del sentido del oído, al Dios eterno. En el cristianismo existen otros cantos sagrados similares en su función al gregoriano, como son los de algunas Iglesias Orientales: Griega, Armenia, Maronita, Copta...
Es un hecho el interés que los iconos bizantinos despiertan en un número creciente de latinos. Calendarios que cada año renuevan reproducciones de iconos, escuelas de pintura de los mismos, reproducciones en iglesias católicas de los Pantocrátor bizantinos más conocidos, modernistas composiciones en mosaico inspiradas en iconos… La misma Iglesia Católica parece que se hubiera percatado al fin de la fuerza, belleza, bondad y verdad que emana de un icono bizantino de alta época.
André Grabar, autoridad mundial en arqueología paleocristiana y bizantina, habla del arte bizantino como resultado de la herencia clásica tardía, la temática propia del cristianismo emergente y la utilización conjunta de diversas técnicas descriptivas con objeto de que, observadas tales imágenes con los ojos del espíritu, «mostraban lo invisible» (6). Es decir, lo que está más allá del conocimiento posible. Enmarcar las visiones teofánicas con disco de luz, evitar los contactos entre la figuración representada y la naturaleza material, evitar movimientos, formas y colores habituales, así como la percepción de su volumen, del espacio que ocupan y de su peso aparente, utilización de la perspectiva invertida, opuesta a la que los occidentales estamos acostumbrados a ver en todas las figuraciones posteriores al siglo XV (en pinturas, dibujos, mosaicos, esculturas). Con tales técnicas expresivas se consigue una desmaterialización aparente de las figuras y un distanciamiento de la realidad tangible. Por otra parte, la perspectiva invertida consigue dotar a las figuras de una presencia especial y que sus miradas se dirijan constantemente a quien las contempla, incluso cuando se desplaza lateralmente, como sucede con los Pantocrátor.
Ante los iconos bizantinos de alta época se está contemplando figuraciones que expresan verdades espirituales del cristianismo expresadas mediante formas o técnicas emanadas de esa misma verdad espiritual. Los iconos muestran «de qué modo puede una imagen trascender lo real sin dejar de representarla». Este es el fundamento del verdadero arte sagrado, cuya finalidad es posibilitar a su observador traspasar lo sensible de las formas situándolo ante lo impalpable, más allá de los sentimientos y emociones que pueda transmitir el arte meramente religioso. Cuando el fondo y la forma de una expresión artística tienen por origen la misma verdad espiritual (como sucede también en el canto gregoriano), el hombre está en disposición de intuir la Verdad a través de las formas plásticas que contempla, lo que no es otra cosa que el entendimiento anagógico de las mismas. El arte bizantino permaneció en su esencia sagrada hasta el siglo XV, cuando comienza a percibirse en el mismo cierta influencia de la moda renacentista que se manifestaba ya claramente en el arte occidental (7).
Finalmente el Románico, otro de los operadores transcendentes citados al comienzo. Del interés actual de miles de europeos por este estilo son prueba los recurrentes artículos y noticias en la prensa y a través de Internet sobre este estilo, así como el número creciente de obras dedicadas al Románico que se editan. En España, nuestra asociación “Amigos del Románico” es la punta de lanza y demostración de tal interés (8).
Si la Iglesia Ortodoxa pronto descubrió un arte sagrado propio que desarrolló a lo largo de un milenio, la Iglesia Católica tardó un milenio en concebir y dar formas al suyo que se prolongó durante dos siglos. El verdadero arte sagrado del cristianismo occidental es el románico que comienza a erigirse a mediados del siglo XI para concluir en las primeras décadas del XIII. El románico está en las entrañas de Europa, siendo la forma plástica de expresión del cuarto salto cualitativo de los cinco que han formado la civilización occidental hasta hace dos décadas (9). El románico se asocia al simbolismo de sus figuraciones (escultóricas, pictóricas) y de su arquitectura, pues permite los cuatro entendimientos ya apuntados por los Padres de la Iglesia, que los Doctores medievales de los siglos XI y XII hacen suyos dando sentido a las formas románicas más allá de lo que aparentan. El sentido literal trata de lo que literalmente representa la figuración, por ejemplo, de una escultura. El sentido moral pone al hombre ante el bien y el mal que expresa cada imagen. El sentido alegórico es el significado atribuido a cada figuración. Este sentido alegórico se confunde en la gran mayoría de los casos con el simbolismo. La inmensa mayoría de los que escriben y hablan de simbolismo románico (pertenezcan o no al mundo académico) ni escriben ni hablan de tal cosa, sino de analogismo románico. Es el entendimiento anagógico (“que tira para arriba”, literalmente) el que da el verdadero simbolismo de la figuración que se contempla. Los tres primeros niveles de entendimiento son propios de las figuraciones profanas o religiosas, mientras que el cuarto lo es de las imágenes sagradas, ya que la anagogía dispone al espíritu humano a la contemplación de las verdades primeras o arquetipos divinos.
Curiosamente, estos cuatro niveles de entendimiento se corresponden de modo preciso con los cuatro componentes semánticos del símbolo estudiados nueve siglos más tarde por la semiótica. El conocido como triángulo semántico, característico de todo signo, está formado por el significante de naturaleza sensible (como el entendimiento literal), el sentido o significado (como el entendimiento moral) y el referente o lo que designa el significante en función de su sentido (como el entendimiento alegórico). Los tres elementos son los constituyentes de todo signo, pero el símbolo necesita de un cuarto componente que es el referente metafísico (como el entendimiento anagógico) que dota a los tres elementos del signo de un principio unificador. Es por este cuarto componente como el símbolo se convierte en operador trascendente al informar sobre el Principio o Realidad absoluta de la que derivan el resto de realidades sugeridas, tanto las tangibles como las intangibles. Resulta extraordinario que los semánticos actuales no hayan hecho más que nominar de modos distintos los cuatro entendimientos que propusieron los teólogos del siglo XII.
Se da la circunstancia de que en la civilización occidental han convivido en algunas épocas distintos operadores trascendentes, como sucedió en la Plena Edad Media de los siglos XI y XII en los que las peregrinaciones mayores, el canto gregoriano y el románico sumaron sinergias propulsando una civilización dispuesta según el orden natural de las cosas, teocéntrica, en la que cada hombre podía encontrar su plenitud según su personal idiosincrasia. Si esta civilización teocéntrica fue precedida de tiempos teocráticos en los que los hombres tenían su horizonte más limitado, el teocentrismo fue derivando hacia un antropocentrismo en el que el Creador era paulatinamente relevado por el creado. El antropocentrismo, a su vez, ha derivado hacia una antropolatría feroz. Y en ella nos encontramos. Esta involución ha propiciado un reduccionismo intelectual, espiritual y mental desconocido hasta hoy. El positivismo con el racionalismo como ariete, que considera «toda religión como un hecho puramente humano, como un “fenómeno” de orden psicológico o sociológico», y el evolucionismo transformista como su dogma, ha logrado que el intelecto humano sea equiparado a su espíritu y éste, a su vez, a su psiquismo. La primera consecuencia de tal reduccionismo ha sido la dilución progresiva de la razón aristotélica, uno de los pilares de la civilización occidental. Hoy ésta se encuentra en caída libre y nuestra sociedad líquida va desapareciendo por el desagüe de la historia.
La involución ha llegado a tal extremo que hasta la Iglesia Católica parece haber olvidado el entendimiento anagógico enseñado por los Padres y los Doctores medievales. El entendimiento anagógico conduce, en última instancia, al entendimiento de la promesa divina de la theosis o deificación final de los justos. Fusión sin confusión del hombre con Dios en la eternidad. Sólo la profundidad teológica, experiencia mística y eufonía poética de San Juan de la Cruz pudieron expresar con la mayor sencillez este fin sublime del hombre: «El alma amada en el Amado transformada».
Los operadores trascendentes siguen iluminando el camino entre las tinieblas por las que nos movemos. Es hora de ponerse en camino. La meta está más allá del conocimiento posible.
Notas
(1) Ver en la revista Románico 1 “La tipología en el arte medieval a través de tres ejemplos gallegos” de Carlos Sastre Vázquez y “Simbolismo del león románico” de Jaime Cobreros.
(2) Algunos autores los denominan “niveles de lectura” al aludir a los cuatro sentidos, si bien la consideración de “entendimientos” expresa mejor una implicación personal que la simple lectura.
(3) Evelyn Waugh. “Jerusalén. Viaje a los Santos Lugares” (Ed. Elba, Barcelona, 2011).
(4) Francisco Guerrero. El viaje de Jerusalén (Ed. Vita Brevis, 2010. www.vitabrevis.es). El autor fue Maestro de Capilla de la Catedral de Sevilla y narra su peregrinación a Tierra Santa a finales del siglo XVI. Fue autor también de villanescas espirituales (villancicos) a las que puso música. Las letras de algunas de ellas se añaden en este curioso libro.
(5) Erik Peterson. Le livre des anges (Ed. Ad Solem, Genève, 1996).
(6) Jaime Cobreros. “Reflexiones Románicas XVIII: Formas de lo suprasensible”. En esta misma web.
(7) En este sentido no deja de ser curioso que las pinturas de Fra Angélico sean impulsoras de las corrientes renacentistas al mismo tiempo que las más cercanas en Occidente al arte bizantino al utilizar algunas de sus técnicas, especialmente en el tratamiento de la luz con sus famosas transparencias. Se cuenta del pintor dominico que «nunca levantó el pincel sin decir una oración, ni pintó el crucifijo sin que las lágrimas resbalaran por sus mejillas». En la actualidad los monjes calígrafos del Monte Athos (así se denominan los pintores de iconos), que han perpetuado los iconos bizantinos, antes de comenzar a pintar inician un ayuno de varios días meditando su obra, preparando las maderas, pigmentos, aceites, pinceles…
(8) “Amigos del Románico” fue fundada en 2005 superando en la actualidad los 900 amigos. Sus objetivos son el conocimiento, la divulgación y la conservación del Románico. Su sitio web es la referencia en español del Románico, edita la revista Románico - única publicación en el mundo dedicada totalmente a ese estilo -, organiza numerosas actividades destacando entre ellas los “Fines de Semana Románicos”.
(9) Atenas (siglo VII a. JC.), Roma (siglo III a. de JC.), Jerusalén (primeros siglos del Cristianismo), Cristiandad latina (siglos XI y XII d. JC.) y Democracias europeas (siglos XVII y XIX d. JC:).
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