El viaje comenzó prometedor. Pese a una larga y lenta salida de mi ciudad, en la que la lluvia poco tuvo que decir aunque no dejase de jarrear durante todo el camino, los ánimos, las ganas y un prometedor fin de semana estaban por delante. ¡Y en Ávila! Ciudad de los Caballeros, de los Leales, y de otras muchas cosas.

Con suerte, quizá con prisas, más de las debidas según las limitaciones de las carreteras, llegué a la ciudad con un ligero margen que me permitió dejar el coche bien aparcado y dejarme caer hasta San Vicente con unos minutos de sobra. Y es que no hubiera sido lo mismo entrar sin más, que después de haberlo hecho con unos cuantos abrazos de amigos en el cuerpo.

La explicación de la basílica dio comienzo por las restauraciones del templo, donde se hizo hincapié en las decimonónicas, las más llamativas e importantes. Y qué mejor lugar para analizarlas que el triforio, desde donde se aprecia el remonte de Repullés al “corregir” la caída de las cubiertas, o un elemento que siempre pasa desapercibido: el alero primitivo. Estos detalles nos fueron mostrados por Javier de la Fuente, gran conocedor del edificio desde los cimientos hasta la cumbrera del tejado, o desde la cripta hasta el nártex, según se quiera expresar. Para nada se notó el salto cronológico del XIX al XII, como tampoco nuestros ojos notaron saturación después de estar tan pronto en la cabecera, como en el crucero, rodeando el cenotafio martirial, recorriendo las naves, o de bajada hacia la cripta. Todo fue tan ágil y bien explicado que se pudo disfrutar. Y no quedó ahí pese a la lluvia, porque todavía aguardaban el macizo occidental, la portada meridional y la cabecera.

Unas cervezas furtivas dieron pie a la cena de bienvenida, siempre agradecida. Como agradecidas fueron las copas que algunos tomamos después. Me dijeron que este monográfico traería sorpresas y descubrimientos. Desde luego descubrí un sitio para tomar gintonics que no conocía y, hasta el momento, no tenía motivo para opinar que lo prometido en el programa no era verdad.

A la mañana siguiente, con nubes rotas, dio comienzo oficialmente el monográfico dedicado a la Catedral de Ávila. Nuestro Presidente, José Luis Beltrán, abrió el acto con los tradicionales agradecimientos, aquí a los ponentes, participantes, a la Institución Gran Duque de Alba, y a la Cámara de Comercio. También hizo mención especial al equipo de organización de los Fines de Semana Románicos, artífices de aquello que nos haría disfrutar por dos días y que tanto nos haría aprender. – La catedral de Ávila es una desconocida –  nos aseguraron. Y desde luego que así es.

El primero de los ponentes fue José Antonio Calvo, quien cual plática, con entonaciones y todo, habló sobre la restauración de la diócesis de Ávila y su episcopado durante la repoblación. Tumultuosos fueron esos momentos en un territorio supuestamente episcopal, pues José Antonio dejó el sabor en la boca al detallar de forma continuada que, pese a haber constancia de diferentes prelados y en fechas concretas, muy a última hora y en casos concretos se especifica que fueran de la sede abulense. Y ahí nos hacía la pregunta: ¿había o no una catedral construida?

Le siguió Raimundo Moreno, que trató la evolución constructiva del templo catedralicio: la cabecera, el inconcluso triforio, el cambio de proyecto, la consecución cronológica de estilos y ampliaciones por medio de capillas, los sepulcros… algo que al rato ya pudimos ver in situ, especialmente en la cabecera de la catedral, conocida como Cimorro. En grupos subimos al exterior y ver las ventanas geminadas, los arranques del triforio, el claristorio superior y los adarves que fortifican toda la cabecera. Fue una gran experiencia y oportunidad poder estar en un lugar así, no visitable para el público.

Antes de esa visita, Amigos del Románico nombró Socio de honor a José María Pérez, conocido como “Peridis”, por su continua difusión del Arte Románico.

Ya por la tarde se dio paso al segundo bloque de ponencias. Miguel Sobrino lo hizo sobre las técnicas y materiales de la escultura medieval a través de la catedral de Ávila, donde habló de las características de la piedra con la que se edificó el templo; las particularidades de los capiteles de la girola, con alma de piedra y decoración en yeso; y la restructuración que sufrió el hastial occidental en el siglo XIII, traslado de portada incluida.

Otro de los elementos más importantes de la catedral es la bóveda sexpartita de la cabecera, magistralmente explicada y analizada por Rocío Maira vidal. Su conferencia, puramente técnica, fue tan interesante y bien explicada que supo a poco. Los planos, alzados y secciones fueron lo suficientemente claros como para entender todo aunque no se tengan conocimientos profundos sobre arquitectura. Sobresaliente para la chica.

El programa culminó con el homenaje al profesor José Luis Gutiérrez Robledo. Los profesores Raimundo Moreno, Javier Mosteiro, así como nuestro vicepresidente Javier de la Fuente, le dedicaron unas sentidas palabras en reconocimiento a toda su trayectoria como docente, investigador, luchador en pro de la conservación del patrimonio, y mejor amigo. Un acto muy emotivo que fue cerrado con otras sentidas palabras del homenajeado y numerosos aplausos.

Durante la mañana del domingo el programa seguía igual de prometedor. María Rodríguez Velasco nos descubrió algo que allí muy pocos conocían: la Biblia de Ávila. Una obra de arte fantástica y única sobre la que nada diré para que la gente se interese y busque sobre ella.

Por último, Pedro Feduchi abordó una teoría novedosa y discutida sobre la cronología general del templo, en especial la cabecera, su aspecto, y el forro militar con los diferentes niveles de ronda. Puso en bandeja la polémica y seguro que se escuchará en los círculos académicos.

El monográfico concluyó con una nueva visita a la catedral, donde Pedro Feduchi y Javier de la Fuente nos guiaron por su interior y por las salas de las torres bajo la atenta mirada de todos los que allí escucharon cuánto arte y cuántas particularidades tiene una catedral sin igual. Subimos al cimorro con óscar Robledo Merino, delegadio diocesano de patrimonio, que nos los explicó deliciosamente.