Cercanas las nueve horas de la tarde del viernes tres de Junio, los animosos amigos del románico y acompañantes comienzan a acercarse al punto de encuentro que los organizadores han fijado en el parador de Salamanca. Algo más de 60 amigos, entre socios y acompañantes, damos cuenta de la cena que el parador de Salamanca nos ofrece. Es inevitable echar de menos algunas ausencias, pero la cena transcurre en el clima de cordialidad y camaradería que los mismos AdR procuramos en estas ocasiones. Nuestros organizadores, Montse y Miguel Ángel, nos informan que, fuera de programa, tenemos oportunidad de hacer una visita nocturna el sábado por las torres de la catedral, y allí mismo nos apuntamos los interesados. Todos estamos citados el sábado a las 9.30 de la mañana en la Iglesia de San Juan de Barbalos.

Nos vamos a encontrar con el profesor José Luis Hernando Garrido, allí está, puntual como un AdR más.

Empezamos la visita a San Juan de Barbalos. Comienza José Luis hablando de un románico urbano de fechas tardías, con lo que considera necesario establecer un contexto histórico donde se desarrolla la ciudad: nos encontramos en la extremadura (más allá del Duero) de los reinos cristianos, constituida por Salamanca, Ávila, Segovia y Soria. Es una zona que comienza a poblarse, aunque de manera escasa, como consecuencia de la victoria cristiana de Simancas (939); pero la zona sigue siendo de frontera con una población de serranos, pastores-guerreros, con deficiente organización.[1] El hecho diferencial lo constituye la toma de Toledo por Alfonso VI, la frontera se traslada al Tajo y en 1102 el yerno del Rey, Raimundo de Borgoña, se dirige a Salamanca, por orden del monarca, con francos, castellanos, toresanos, mozárabes, portugueses…, al objeto de realizar una repoblación organizada de una zona que ya no es fronteriza. Esto implica que en la vieja Helmántica, que solo ocupa el llamado cerro de las catedrales o de San Isidro, comiencen a surgir barrios (corrillos, corros, corrales) que se sitúan tras la cerca primitiva y se agrupan en parroquias, todas las cuales se ven protegidas por una nueva línea amurallada. De la parroquia de San Juan podemos encontrar referencias de 1139 que la ligan con la orden militar de los Hospitalarios, cuyo patrimonio se incrementa en 1150 por las donaciones de Ponce de Cabrera. La repoblación de este sector norte de la ciudad tiene lugar, ya bajo el reinado de Alfonso VII, por gentes del cercano pueblo de Barbalos. La iglesia fue consagrada por el obispo de Salamanca Gonzalo Fernández en las calendas de Mayo de 1201[2]. El acceso norte daba a un claustrillo del cual se conservan algunos elementos en manos de anticuarios madrileños, y quizás algunos capiteles de dicho claustro se exponen en el museo barcelonés F. Marés según fotografías que nos aporta nuestra compañera Montse Rota. La iglesia está muy modificada, sobre todo por la restauración realizada a finales del siglo XIX por el arquitecto real Ripullés y Vargas en tiempos del obispo salmantino Padre Cámara. El Cristo de la Zarza, en el hastial, se considera contemporáneo con la fábrica de la iglesia. Las influencias orientalizantes que observamos en algunos de los elementos de esta iglesia, son, sin duda, debidos a la repoblación de órdenes militares en la zona. Como antecedentes o como paralelismos de San Juan, José Luis cita a San Martín, San Marcos, Santo Tomás o la Catedral Vieja, todas las cuales presentan los rasgos característicos de la arquitectura del románico charro: La piedra arenisca de Villamayor, dorada, porosa, que se extrae húmeda al objeto de facilitar su trabajo, y los cimientos y basamentos de granito soportes de las hiladas de arenisca.

A continuación, pasadas ya las diez y media, nos dirigimos hacia la puerta de Zamora para encontrarnos con la Iglesia de San Marcos. ¿Intra muros o extra muros? Solo podemos asegurar que estaba cercana a la muralla, aunque algunas teorías, haciendo un símil con la catedral de Ávila, indican que la planta circular de San Marcos se adapta a lo que podía haber sido un torreón de la muralla. Puede que el correspondiente barrio quedara repoblado por zamoranos. Según reza una inscripción en pizarra, el rey Alfonso IX de León realiza la donación de San Marcos a los canónigos de la Catedral de Salamanca, junto con su corral. Alfonso X legitima esa propiedad. La cabecera presenta un triple ábside solo visible desde el interior. El análisis de los elementos constructivos así como de las marcas de cantería nos da un margen de entre 1210 a 1225 para la realización de su fábrica. José Luis nos apunta que las plantas circulares no son escasas en el románico hispano; existe cierta analogía arquitectónica, así como con la advocación a San Marcos, con los baptisterios orientales u orientalizantes.

Cercanas ya las once y media de la mañana, algo pronto para el aperitivo, los organizadores permiten que nos dispersemos hasta las doce y cuarto, cuando de nuevo el grupo se compactará frente a la portada románica de San Martín.

Las calles de Toro y Zamora, la Plaza de los Bandos, la Plaza del Mercado y la Plaza Mayor, son las culpables de que algunos AdR no lleguemos con la puntualidad milimétrica de la que hacemos gala.

En la Iglesia de San Martín José Luis comienza su explicación frente a la portada románica, llamada del Obispo, en la Plaza del Corrillo que se abre a la Plaza Mayor. La iglesia fue construida en el año 1103 sobre el solar en el que se asentaba una ermita dedicada a San Pedro, por iniciativa del conde Martín Fernández, en el barrio de los toresanos.  En una hornacina sobre la portada tenemos una talla del siglo XIII, donde aparece el santo romano de Tours partiendo su capa por la mitad y ofreciéndosela a un indigente: destacado homenaje a la caridad. Algunas de las arquivoltas de esta portada nos recuerdan la portada del mismo nombre de la catedral de Zamora. De  recuerdo zamorano (sepulcro de la iglesia de la Magdalena) también es el capitel segundo (de izquierda a derecha) con sus dragoncillos entrelazados; la talla de los seis capiteles de esta puerta nos indican la presencia de un taller escultórico importante. La planta de la iglesia nos recuerda a la Catedral Vieja, y, sin ninguna duda, San Martín constituyó el edificio románico más importante de Salamanca tras ella. Afectada por el terremoto de Lisboa, fue reconstruida en 1772 por el arquitecto salmantino Jerónimo García de Quiñones. En el siglo XIX sufre otras restauraciones más intrusivas, criticadas por Gómez Moreno ya que se llevan a cabo sin la intervención de eruditos. Entramos en la Iglesia siguiendo a José Luis quien nos conduce a la capilla barroca de la Virgen de Las Angustias, para, desde su interior, contemplar la portada románica occidental que quedó sellada por dicha capilla. Debido a la estrechez de la capilla formamos dos grupos. Podemos contemplar y fotografiar los restos de esta magnífica portada que, como la norte, también se abría hacia el centro comercial. José Luis nos realiza una descripción minuciosa de las arquivoltas existentes. En la quinta, José Luis se extiende mucho más en  la explicación e interpretación de sus dovelas; comenzando desde la izquierda donde una serie de guerreros y máscaras recuerdan al suroeste francés, continuamos con once dovelas representando un incompleto y descolocado mensario (lógica su presencia junto a un centro comercial) con los relieves, más o menos dañados, de las actividades que las gentes realizaban  a lo largo de los meses.

Pero el tiempo pasa, San Martín lo mereció, y la persona encargada de facilitarnos la visita a esta iglesia nos avisa de que nos están esperando en San Julián, y la persona que nos espera no concede demasiados ‘minutos de cortesía’.

Efectivamente, al llegar a la iglesia de San Julián y Santa Basilisa (son ya las 13.25, y parece que la visita era a la una en punto) nos encontramos la puerta cerrada a llave y cerrojo y nadie que pudiera o quisiera socorrernos acogiéndonos en sagrado. Así que José Luis, en un alarde de profesionalidad y bien hacer, realiza sus explicaciones desde el exterior, junto a la portada norte, románica ella. Se compone de un arco de ingreso de medio punto y dos arquivoltas decoradas con boceles, haces de hojas, cintas y botones. Enmarcando todo ello corre un guardapolvo de hojas de acanto finamente tallado. Encima de la puerta se descubre un tejaroz con cornisa moldurada que está soportada por cinco canecillos de excelente labra. Más arriba quedan restos de una antigua aspillera cegada y, al lado, un altorrelieve con la figura de un gran león.

José Luis, a petición, se arranca con la leyenda sobre los santos Julián y Basilisa: …érase una vez… un mercenario romano que no paraba de guerrear y cazar. En una de sus cacerías hirió a un ciervo que le profetizó que en el futuro sería el asesino de sus padres. Julián y Basilisa, son marido y mujer y se trasladan a occidente a una plaza fuerte desde donde Julián puede realizarse más cómodamente en sus prácticas guerreras y cinegéticas. Un día que Julián anda fuera del castillo a sus cosas, aparecen sus padres por allí. Basilisa, como buena esposa y anfitriona, cede el lecho nupcial a sus suegros para que se repongan del largo viaje. Julián, que llega tarde como suele ser habitual, se dirige directamente a su habitación y ¡oh, gran ofensa a su honor!, piensa que Basilisa, que en ese momento no era santa, está yaciendo con otro hombre. Sin más, desenfunda la espada y acaba con los dos yacentes. El drama ‘griego’ se manifiesta cuando aparece Basilisa, sana y salva y Julián toma conciencia de que el vaticinio del ciervo se ha confirmado. Acuden al Papa de Roma para que les perdone (Basilisa, de alguna manera también se siente responsable). El Papa les aconseja que expíen su culpa haciéndose barqueros en un paso muy peligroso del río Esla junto a San Pedro de la Nave. Atendiendo a los peregrinos que tratan de cruzar el río en su peregrinación a Santiago, un buen día se les presenta un leproso al cual dan lecho y comida. Éste es en realidad un santo que les anuncia que su penitencia está cumplida, y que ambos gozarán de la paz eterna junto a Dios en el paraíso.

El cercano restaurante, El Zaguán, nos acoge en uno de sus salones preparados para bodas y banquetes como reza en la cartela que corona su entrada sur. El hielo solicitado a los diligentes camareros comienza a aparecer en las copas de agua, e incluso ¡en las de vino¡ y la comida transcurre en el habitual ambiente relajado y distendido que siempre existe entre los AdR. La prudencia impide que, ante la presencia del segundo plato, algún AdR lance el típico ¡vivan los novios!, característico de otras situaciones. Tiene lugar el clásico sorteo entre los comensales, en este caso libros, correspondiendo a Mercé Rota el titulado ‘Iniciación al arte románico’, editado por la fundación Santa María la Real de Aguilar de Campoo, obra de varios autores entre los que figura nuestro guía y a Javier Denche el titulado "La Catedral de Salamanca. Nueve siglos de historia y arte", editada por Promecal (Burgos), donde también ha participado nuestra guía del domingo Margarita Ruiz. También a José Luis Hernando se le hace entrega de una colección de láminas de imágenes del Beato.

Son las cuatro de la tarde, y nos desplazamos hacia el este para ver la Iglesia de San Cristóbal. Es clara su situación en un cerro o teso, en el cual se asientan, posiblemente, gentes procedentes de Toro que constituyen un pequeño corral del cual hay constancia desde 1147, reinando Alfonso VII. Pero algunos autores le conceden mayor antigüedad ya que aparece en una bula papal de 1128, por la que el conjunto queda asignado a la orden del Santo Sepulcro. José Luis nos cuenta que el templo sufrió muchas reformas, ciertamente invasivas como se observa en el rasurado de los muros. Pasamos al interior y nos colocamos sobre una cristalera que desde la cabecera permite observar una pequeña necrópolis tallada en la roca, y a nosotros nos sirve de soporte para que Ángel Bartolomé realice la primera foto del grupo.  La zona absidal, construida a mediados del XII, se asienta sobre la roca mencionada y el resto de la fábrica, hacia los pies, parece que tiene lugar ya en el siglo XIII. Se aprecian problemas de estabilidad en el arco triunfal observándose el pandeo de los muros presbiterales. La decoración de las impostas de palmetas y elementos perlados, o los ábacos decorados también con palmetas nos pueden recordar al románico abulense. Salimos de nuevo al exterior para fotografiar los canecillos, las cornisas taqueadas, y otros elementos; unos más toscos y otros más elaborados como, por ejemplo, los que encontramos en el alero norte de la nave. A destacar el Cristo de los Carboneros catalogado por Gómez Moreno como románico de finales del siglo XII.

Nuestro grupo toma rumbo sur, y cercanas las cinco y media de la tarde nos encontramos junto a la Iglesia de Santo Tomás Cantuariense. Este templo está dedicado a Santo Tomás Becket, Tomás de Canterbury, canonizado por el Papa Alejandro III en 1172. Fue promocionada esta iglesia por los monjes británicos Randulfo y Ricardo a finales del siglo XII; puede que fueran profesores en la incipiente universidad salmantina. Existe un documento de 1179 por el que Randulfo dona al cabildo ciertas propiedades en la colación de esta parroquia. La fábrica será de los comienzos del siglo XIII. Muchos elementos decorativos nos recuerdan a la Catedral Vieja; por ejemplo, en la zona derecha del crucero, el capitel que representa la lucha del cristiano y el musulmán. Otros nos conectan con Compostela: fuste de una columna en la cabecera, acanalado y muy bien labrado. Algunos otros elementos a la Francia de los Plantagenet.

A la espera de lo que Margarita nos cuente mañana en la visita a la Catedral Vieja, José Luis concluye diciendo que el románico tardío, salvo aisladas excepciones en Lérida o Ciudad Rodrigo, acaba en Salamanca. No por más tardío es menos brillante, es un “canto del cisne maravilloso” donde participan muchos artistas de gran nivel y distintos estilos. Con este buen sabor que nos deja la despedida de José Luis, el numerosísimo grupo se disgrega y se convierte en grupos más pequeños que disfrutan de lo que queda de tarde y noche por la ciudad de Fray Luis.

Parte del grupo realiza la visita optativa mencionada en la cena del viernes, y a las once de la noche del sábado nos encontramos al pié de la torre de Campanas, delante de una estrecha puerta cuyo nombre evoca al ‘obispo de las batallas’, Jerónimo de Pèrigord, primer obispo de Salamanca. Entramos en las antiguas mazmorras y allí somos recibidos por Eusebio Leránoz, quien comienza a envolvernos en un ambiente de fantasía y misterio. Nos anuncia un modo diferente de entrar en las catedrales, y a fe que así fue. La ascensión es cómoda, aunque a algunos asistentes se les antojan los escalones algo elevados, y la primera parada se produce en una estancia (Sala del Alcaide) donde una preciosa ventana geminada se abre a la nave central de la Catedral Vieja; la vista del maravilloso retablo de los Delli, iluminado, nos compensa de ese primer tramo subido. De las distintas estancias y tejados que vamos atravesando en nuestra ascensión, los visitantes nos llevamos grandes recuerdos. La salida al exterior desde donde contemplamos los tejados de la Catedral Vieja, el paso de la Catedral Vieja a la Nueva, el espectáculo de sonido y luz que contemplamos desde la estrecha galería encima del triforio, la subida al tejado desde donde dominamos la ciudad aún iluminada; todo ello, junto con la amabilidad y erudición de Eusebio, ha hecho que esta jornada nocturna (¡con qué rapidez han pasado más de dos horas!) figure como inolvidable en el recuerdo de este cronista.

El programa indica que es a las nueve y media de la mañana del domingo cinco cuando comienza la visita a la Catedral Vieja[3], por lo tanto nos volvemos a agrupar delante de La Puerta de Ramos de la Catedral a donde nuestra guía, la profesora Margarita Ruiz Maldonado, acude puntual. Debido a lo temprano de la hora, la catedral no abre hasta las diez, seguimos a Margarita, dando la vuelta al conjunto, hasta llegar a la cabecera de la Catedral Vieja donde el paseo se interrumpe. Margarita nos muestra uno de los elementos ‘perjudicados’ por la construcción de la Catedral Nueva: el ábside norte. Desde ahí también contemplamos el cimborrio y la cúpula gallonada. Es en este lugar donde Ángel Bartolomé realiza un par de fotografías más del grupo.

La capilla de San Martín o Capilla del aceite, está situada bajo la llamada Torre de las Campanas, sobre la que se edificó la actual torre de la Catedral Nueva. El nombre del Santo parece que no pudo ponerse como titular de la Catedral porque estaba dedicada a la Virgen María. Justo antes de entrar en la Capilla, y descubierta hace poco tiempo, aparece una gran pintura sobre la pared del templo donde San Martín se encuentra compartiendo su capa. Lo más interesante que tiene esta capilla son unas pinturas engalanadas con escudos de Castilla y León, algunas aparecen datadas en el año 1262 y tienen como autor a Antón Sánchez de Segovia. Junto a éstas, situada en el testero de al lado y realizada en el siglo XIV, destaca la imagen de un Juicio Final, pintada como si fuera un tapiz, donde Jesucristo se presenta dentro de una almendra y mostrando manos, pies y costado para enseñar las heridas de la pasión, acompañado por Apóstoles y la Virgen, separa a los salvados de los condenados. Encontramos varios sepulcros, entre ellos, decorado con pinturas de la misma época y escenas de la Adoración de los Magos, el del Obispo Rodrigo Díaz, que falleció en 1339; frente a él otro sepulcro alberga los restos del fundador de la Capilla, Pedro Pérez, fallecido en 1262.
Atravesamos el muro común a las dos catedrales y, desde la nave central de la catedral tardo románica, contemplamos las pinturas sobre dicho muro, mientras Margarita nos cuenta la leyenda del Cristo de las Batallas, traído por el primer obispo de Salamanca, Jerónimo de Perigord, a comienzos del siglo XII.
Margarita nos cita las fases constructivas de la catedral que abarcarían desde la segunda mitad del siglo XII hasta el primer tercio del XIII. En la primera campaña, la cabecera y los perímetros murales; durante la segunda, sobre 1175, el claustro y el abovedamiento a base de nervios con estatuas en ellos; en la tercera, primeros años del siglo XIII, el cimborrio (el original, el actual es posterior) y el transepto. La bóveda nervada se sustituye por un cimborrio de dos pisos. Nos manifiesta Margarita la influencia del taller del Maestro Mateo en algunos capiteles, como la lucha entre el cristiano y el musulmán, o los del ciclo de Sansón.


[1] En la Crónica de Sampiro (siglo XI) se recoge: “Fueron de nuevo pobladas ciudades desiertas: Salamantica (....) que llevará mucho tiempo”.

[2] Según inscripción que aparece en la portada norte.

[3] Recomendado para los asistentes leer el estudio realizado por nuestro compañero Carlos Bouso dentro de la documentación que nos envían los organizadores de este FsR.