“El que no la conoce no puede soñarla”, escribió en su día el investigador y maestro del románico palentino, García Guinea. El visitante reconocerá que es una de las iglesias más bellas del románico de la Castilla norteña.
Enclavada en la comarca de La Ojeda –apenas unos minutos de Alar del Rey (P-222)-, es zona de transición de la montaña al llano, teniendo como eje vertebrador el modesto río Burejo, afluente del Pisuerga. Una disparidad de lomas limita valles fértiles donde se asentaron los primeros núcleos de repoblación durante el avance de la Reconquista hasta el límite septentrional del Duero.
De la Iglesia de San Juan Bautista de Moarves se puede hablar en primer lugar del candente color de la piedra, “encendida encarnadura”, sintió Unamuno al verla. Para Herrero Marcos –estudioso del románico palentino- el color ocre que trasluce en sus muros “no es el propio de la piedra, sino el color con el que se tiñó los sillares del edificio.”
Su fachada meridional es la más interesante del templo, es decir no tiene desperdicio alguno. La portada, de medio punto, consta de cinco arquivoltas, alternándose roscas de molduras ajedrezadas, baquetones, y palmetas dobladas. Seis capiteles recogen la descarga de éstas. Empezando por el lado izquierdo las representaciones son diversas: dos jóvenes abrazados, Sansón desquijarando al león, músico, danzarina, otro músico, personaje de difícil identificación. En la cesta derecha: acanto en crochet con volutas, dos guerreros con sus armas y escudos, de nuevo acanto, dos guerreros atacando con sus lanzas un león, acantos, dos hombres barbados abrazados que sostienen un libro. Las interpretaciones de las cestas historiadas son variadas y a cada visitante le sugiere una propia.
Mas es en el friso donde está la excelencia del programa escultórico. En el centro del panel aparece Cristo en majestad, sedente y orlado de una mandorla de cuatripétalas rodeadas de ondulantes tallos vegetales. En su habitual hieratismo el Pantocrátor bendice con su mano derecha y con la otra sostiene un libro. Flanquean el clípeo un Tetramorfos (los símbolos de los cuatro evangelistas). Al lado de éste se labra un Apostolado: seis personajes a cada lado.
Es evidente que el friso tiene una similitud con el de la Iglesia de Santiago de Carrión de los Condes, pero su realización es posterior. Para el profesor, García Guinea, la datación del conjunto escultórico es del año 1185, ya que el artífice o taller es el mismo que labró los capiteles del antiguo monasterio palentino de Lebanza, y estos están claramente fechados en el citado año.
En cuanto al Apostolado, los personajes están separados por columnas rematadas con capiteles fitomórficos y sobre éstos se abren doce arcos lobulados que soportan la representación apocalíptica de la Jerusalén Celeste.
A cada lado de la portada se abren dos ventanas de arco de medio punto. La de la derecha aparece con dos arquivoltas cinceladas con elementos vegetales emergentes de las fauces de unos leones y sus correspondientes capiteles representan parejas de grifos enfrentados. La de la izquierda, empero, configura dos arquivoltas con bolas, lazos y zig-zags. Tanto los cimacios como los capiteles llevan esculpidos vegetales que recuerdan a los de San Andrés de Arroyo o Vallespinoso de Aguilar.
No hay mucho que decir del interior del edificio. La planta es de una sola nave rematada con un ábside cuadrado. Se accede a la capilla por medio de un arco de media rosca y doblado. El empuje de éste lo reciben capiteles modelados con bolas, vegetales y dibujos geométricos.
Una de las joyas que guarda el templo es su pila bautismal románica recientemente restaurada por el Centro de Estudios del Románico de Aguilar de Campoo. Es de forma troncocónica de 119 cm de diámetro por 87 de altura. Alrededor de su copa el artífice esculpió un Apostolado con el Pantocrátor y la Virgen. Las figuras se separan entre sí por columnillas sogueadas rematadas por arcos de medio punto. Para García Guinea su cronología resulta complicada “porque en todas las figuras prima un arcaísmo que nos confunde” propio del siglo XI, pero, por otra parte, debido “a las columnas torsas y el plegado de la túnica del Pantocrator”, le llevaría a datarla en las postrimerías de la duodécima centuria o comienzos de la siguiente. Si duda “fue ejecutada por una cantero de menor inspiración” que el del friso de la entrada.
Texto y fotografías: Javier Pelaz