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45. ORFEBRERÍA © FRANCISCO JAVIER OCAÑA EIROA |
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El Arte Románico hizo brillar con tal esplendor a las artes suntuarias del momento que, por las características de sus distintos apartados, forman un capítulo aparte dentro de las artes medievales.
El arte suntuario representa el lujo en la concepción artística, no sólo porque sean piezas fundamentales en el altar, sino porque están fabricadas con materiales preciosos, ya sean de oro y plata, de esmalte y marfil, telas bordadas, pedrería variada, o libros iluminados.
Todo formaría parte del tesoro de los monasterios, iglesias y catedrales como estandarte del modo de entender los complementos accesorios del culto. La riqueza y la belleza de esas piezas suntuarias nos es hoy muy desconocida debido a su escasa presencia por su fácil enajenación, los saqueos, guerras, fundiciones y desamortizaciones que sufrieron a lo largo del tiempo. Pero con lo poco que queda podemos darnos cuenta de su importancia en la historia del Arte Románico, y su valor en el mundo de la Iglesia que, de un modo u otro, no ha perdido todavía esa vieja tradición de adorno de lo necesario y funcional.
Los proveedores de tales piezas eran, naturalmente, quienes podían adquirirlas y obsequiarlas a los templos por distintos motivos y razones. Sólo había dos clases sociales que estaban en condiciones de realizarlo: los nobles y los clérigos. No debemos olvidar que la riqueza económica medieval descansaba en lo que el obispo Adalberón de Laon denominó como bellatores y oratores, mientras que los laboratores eran los que surtían de bienes a ambos. Los reyes y los nobles establecieron generosas donaciones de piezas de prestigio. Los monasterios justificaban sus excedentes monetarios adquiriendo objetos litúrgicos de valor como necesidad y devoción animada de lujo. La situación era una combinación de exposición de una Iglesia triunfante y una riqueza feudal galopante.
La elaboración de la orfebrería se realizaba en talleres especializados, ya fueran urbanos o eclesiásticos, con personal muy profesionalizado en su factura. Existe un gran desconocimiento en la autoría de talleres y autorías, aunque no se nos escapa que gran parte de la producción procedería de centroeuropa. De Francia en más concreción.
La fabricación de objetos de orfebrería se realizaba conforme a las técnicas habituales de batido de láminas, o de fundición en moldes adecuados y muy precisos.
El procedimiento de batido, que era el más habitual, consistía en el martilleo de las láminas de oro o plata hasta conseguir un grosor muy fino, pero suficiente para que no rompiese al incorporarlo a la superficie de madera que debía recubrir. De la habilidad y consistencia de la lámina, de su ductibilidad, dependería el resultado final de no excesiva rigidez en el acoplamiento, o de una rugosidad excesiva a causa de su fragilidad.
El método de fundición consistía en la fabricación de un molde que permitiese la aceptación por un bebedero por donde penetraba el material fundido. Es claro que no era el método de las grandes piezas, debido a la dificultad de construir moldes grandes, y a la carestía de los metales si el objeto era demasiado grande. Estaban destinados a piezas más bien pequeñas y dificultosas en el trabajo.
En ambas técnicas se podía emplear decoración variada por cincelado o repujado, dependiendo de la ejecución interior o exterior. Como complemento podía decorarse con una filigrana en soldadura que aparecería engastada en hilaturas de oro o plata que dibujaban motivos geométricos o figurados. Se podía rematar la obra con esmaltes, piedras preciosas, o marfil.
De ese modo estarían adornados los frontales de muchos altares, como los de San Isidoro de León, Sta Mª de Ripoll, Sta Mª la Real de Nájera o el de la Catedral de Santiago, como consta en la documentación de la época. Pero también habría cálices y patenas, candelabros e incensarios, evangeliarios y portapaces. Todo un rico surtido del que apenas tenemos unas cuantas piezas. De ellas las más sobresalientes son: el cáliz de doña Urraca y el de Santo Domingo de Silos, ambos fabricados en la mitad del siglo XI.
![]() Cáliz de doña Urraca y Cáliz de Santo Domingo de Silos |
El cáliz de doña Urraca fue donado por la hija de Fernando I a la colegiata de San Isidoro de León. Procede de un suntuoso taller real. Está formado por una copa y un pie de ónice con cintas y tirantes de oro, donde se exhiben delicados dibujos en filigrana de oro, cabujones de piedras preciosas y un camafeo de posible origen romano. En la base muestra por inscripción el nombre de la donante: NOMINE D(omi)NI VRRACA FREDINA(n)DI.
El cáliz de Santo Domingo de Silos es atribuido al uso del santo, que murió en el año 1073. Es un cáliz de grandes dimensiones, mayores que el de doña Urraca, y de configuración completamente distinta. Posee una enorme copa que se une a un enorme pie por medio de un grueso nudo. Está realizado parcialmente en plata sobredorada que está recubierta por una enorme labor de filigrana que forma arcos de herradura apoyados en pilastras, tanto en la copa como en la peana. Es una obra insigne que habla de habilidades románicas, pero de raigambre mozárabe por la presencia de esos arcos, que a la vez no hacen más que corroborar la dependencia que de este arte tuvo el monasterio de San Sebastián, que así se llamaba antes de renombrarlo por su actual denominación, donde existió una iglesia mozárabe, que Santo Domingo conoció.
Existe réplica actual de este cáliz guardada en el monasterio burgalés realizada por el actual maestro orfebre de Silos, Fray Regino, verdadero heredero de la tradición silense en las artes suntuarias que en los siglos medievales tanto enalteció el cenobio.
Citar brevemente otras obras famosas como muy importante el Arca de las reliquias de San Isidoro que sirvió para albergar restos del santo, así como la Arqueta de las ágatas, ambas del siglo XI.
Capítulo sorprendente fue la aplicación de la orfebrería a la imaginería mariana. Se conservan varias imágenes de planchas repujadas sobre alma de madera de gran valor, como las de. Sta Mª la Real de Irache, la Virgen de Astorga o la Virgen de la Vega en Salamanca. Existe un capítulo de pequeñas estatuas, de 25 por 35 cmts, de Virgen con Niño, que se les reconoce como “Virgen de las batallas” por ser transportadas por los guerreros en campaña y que, oradadas, servían también de relicarios.