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42. La pintura © FRANCISCO JAVIER OCAÑA EIROA |
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El Arte Románico no desaprovechó la ocasión de utilizar los lienzos interiores de los muros de las iglesias para aumentar la decoración y la enseñanza bíblica. Lo hizo sirviéndose del tercer arte monumental: la pintura.
El color fue una de las características de las iglesias románicas. Condiciona al marco de un modo compositivo e iconográfico como complemento del simbolismo arquitectónico y escultórico, que ya inundaba los interiores de los edificios. Se instalan principalmente en los ábsides, y de forma secundaria en las paredes de las naves, que cubrían parcial o totalmente. .
La técnica empleada para su fijación era la del fresco. Una técnica difícil que daba muchos problemas por la necesaria rapidez de su factura que provocaba deficiencias con el paso del tiempo. Esto era debido a la poca durabilidad proporcionada por la pobreza del material. Consistía en una mano de cal y sobre ella los colores básicos disueltos en agua. Permitía esa forma de actuar corregir lo equivocado o mal resuelto al poder repintar de nuevo, pero con un resultado de poca solidez al instalar colores acuosos en diferentes capas que con el tiempo eran muy proclives al descascarillamiento.
La realización sobre el muro era muy simple. Sobre una capa alisada se dibujaban con un punzón las líneas de las figuras que se deseaban realizar. Para el contorno se preferían los colores negros y ocres que aislaban convenientemente a las imágenes de los que después se les aplicarían en el interior. Después se procedía al relleno de las figuras con los colores elegidos con una policromía base de ocres, amarillos, rojos, azules y blancos. La paleta de colores no iba mucho más allá por la limitación de las posibilidades de las mezclas y la dificultad de conseguir más gamas, a la vez que por la efectividad del resultado con la composición aportada.
El estilo era lineal, esquemático y hierático, en el que todavía no había entrado el naturalismo que lucía la escultura de finales del Segundo Arte Románico, pero compartía con ella el alto carácter evangelizador de sus realizaciones, sin mezclar en su simbolismo los caracteres de lo monstruoso y lo animal, que como hemos relatado en el artículo anterior exhibía la escultura.
Las claves generales de los temas eran universales y convencionales, principalmente teofanías mayestáticas (apariciones de Diós) presididas por la Maiestas Domini y acompañada por el Tetramorfos. A su lado floreció con prontitud la compañía de la Virgen María, sola o presidiendo apostolados al lado de ángeles. Estas eran las representaciones preferidas en los ábsides. En los muros aparecían toda suerte de escenas bíblicas en semejantes funciones catequéticas a la escultura del templo, ya fuera exterior o interior, pero no temas de la cultura popular o etnográfica expuestos en algunas fachadas y capiteles.
![]() Maiestas Domini. San Clemente de Tahull, Cataluña |
Como la representación se hacía sin intención de constituir volúmenes sino que se actuaba sobre fondos planos, resultaba su plástica de gran atractivo por el colorido, pero de observación monótona en sus diferentes figuraciones, produciendo la sensación de iconos separados.
En los ábsides lograron un absoluto dominio de la adaptación al medio, pues el marco no era liso como en los muros, superando la dificultad de ejecución en la geometría del trazado curvilíneo. Eran esos habitáculos los lugares principales de la iglesia, como hemos reiterado continuamente, exigiendo por consiguiente una organización jerárquica de su espacio destinado a la Maiestas Domini, al Tetramorfos, a los Profetas, Apóstoles, Santos, y a la Virgen María con la evocación de la Eucaristía.
La Maiestas Domini aparecía entronizada bendiciendo con su mano derecha y con el libro de la vida en la izquierda, en el que figuraba la leyenda que confirma a Cristo como luz del mundo, como en la fotografía que adjuntamos de la pintura del ábside de San Clemente de Tahull. Después venía el Tetramorfos, ángeles, arcángeles, serafines y toda la corte celestial que acompañaba al Cristo Redentor, que se sentaba sobre el trono del universo apoyando sus pies sobre la tierra y ornado con las letras griegas alfa y omega, por ser el principio y el fin de todo lo creado y concebido.
La pintura ofrecía un ambiente propio en el interior según la luz del día. Producía emociones de exaltación o recogimiento dependiendo de la intensidad luminosa y la hora solar. Representaba un segundo mundo dentro de la propia iglesia, con una posibilidad más de emoción que aportaba la gran superficie a cubrir con las figuras y la distinta resonancia tonal de lo allí pintado, estímulos que no podía reproducir la escultura que la acompañaba en esos interiores.
Las principales pinturas románicas se instalaron en Cataluña. Muchas de ellas fueron trasladadas al museo de arte románico de Barcelona, que las acoge en espléndidos marcos preparados para ellas, reproduciendo la ubicación en las que se hallaban en sus distintas iglesias.