![]() |
30. LOS PUENTES © FRANCISCO JAVIER OCAÑA EIROA |
|
El Arte Románico no sólo produjo obra eclesiástica, aunque sea la que más destaca por su continua y amplia monumentalidad, sino también obra civil de palacios, villas, murallas, castillos, puentes y calzadas, que se formalizaron en particulares construcciones constituyendo parte de la vida cotidiana del hombre medieval.
Entre las más interesantes e importantes, por su función, estaban los puentes, que si bien no son obra de exclusividad de la época, sí tuvieron un gran desarrollo por permitir la movilidad de las gentes en el mundo de las peregrinaciones y de las Cruzadas, debido al enorme trasiego de personal humano y mercancías que precisaban infraestructuras para el desarrollo de la comunicación y el comercio.
No es posible negar que la época del Arte Románico fue la de un público viajero que, por distintas razones se comunicaba con las zonas cercanas a su villa o comarca, pero también con lejanías conocidas e interesadas de viaje que sucedían en el momento de la formación de las nacionalidades en Europa, del despertar a una nueva vida después del año 1000, donde la demografía había explotado en forma de mayor poblamiento del hábitat conocido. Es el momento de la curiosidad, de la necesidad expansiva y de la oportunidad.
Todos ellos debían cruzar los puentes que la geografía les ofrecía para llegar a su destino.
El puente es la infraestructura que evita el vado, común y peligroso, que se supera por un viaducto. Hasta entonces existía el recurso de cruzar el río por sus aguas, vadear el río, que era barato, pero peligroso e incómodo para personas y bienes. Precisamente porque solucionaba esos graves problemas y beneficiaba a gran número de gentes fue considerada su construcción como una “obra pía”, para no poner en peligro a las personas que debieran atreverse a cruzarlo por los vados.
Unas veces recibía financiación por medio de mandas testamentarias o colectas públicas. Otras se pagaban arcos concretos por personas individuales. Después del siglo XIII se llegaron a promulgar indulgencias para quienes contribuían a sufragar los gastos.
Pero el puente no sólo era importante como obra monumental, física y fijada en un lugar preciso que las gentes conocían de antemano, sino que tenía la posibilidad de actuar de gancho para la creación de nuevos lugares, como campo de fuerzas de otras construcciones, desde molinos de agua a pequeños y grandes núcleos de población. Serán puntos singulares, poros de penetración en otras tierras, las que estaban enfrente; lo que los hacían lugares ideales de control de personas y enseres, convirtiéndose en fuente de riqueza por los pontazgos exigidos, o por la importancia de ser límites administrativos, reales o territoriales. Eran un sistema de relaciones entre elementos diversos, condicionantes de un enorme campo gravitatorio en torno a ellos, lugar de atención especial. Por eso tenía tanta importancia su construcción, y por eso era favorecida por los reyes, debido al interés estratégico y económico que representaban.
|
Su construcción estaba basada en la ingeniería romana del asentamiento de pilares en el lecho del río para levantar sobre ellos distintos ojos o vanos, generalmente mayor el central por la necesaria funcionalidad de acoger mayor caudal y dejar libertad a las fuerzas de las aguas, que en esa parte corren con mayor violencia. Los pilares estaban resaltados en su comienzo por los tajamares que encauzarían la corriente de agua en su primer contacto con la obra viva del puente facilitando su discurrir por los laterales de los mismos y penetrar después por los ojos para seguir el curso natural del río. La parte superior, la habilitada para transeúntes y carretas, estaría dispuesta en la denominación de cuerda de lomo de asno, que como asimilación a la forma del animal referido, supone una ligera inclinación en la parte central, como consecuencia de encontrarse los extremos de la obra en un nivel más bajo.
Quizás una de las mejores formas de poder entender la importancia y seguir la evolución de estos puentes medievales nos la ofrece la red viaria que más los vio construir a su vera. Me refiero al Camino de Santiago, donde todavía hoy es posible encontrar innumerables estructuras que, en algunos casos, están en perfecto uso para transeúntes, y que en otros todavía son capaces de absorber circulación rodada.
Grande y poderoso es el Puente sobre el río Órbigo. Con 20 luces de arcos diferentes todavía admite el paso de vehículos por su rodadura. El puente de Puente la Reina tiene una longitud de 109 metros. Construido por doña Mayor, esposa de Sancho el Mayor, aún asombra por su prestancia, con 5 esbeltas bóvedas con arquillos de aligeramiento y luces máximas de 20 metros. El Puente de Canfranc es de alta montaña. Por un curso menor de agua pero violento, sólo muestra una bóveda de gran anchura para el flujo torrencial de las aguas del deshielo. El Puente de la Magdalena, en Pamplona, es de recia y severa construcción, sin demasiados arcos, pero fuertemente armados El Puente de Molinaseca, en el Bierzo, señala linealmente el camino de los peregrinos a Compostela, como luce en su letrero “puente de los peregrinos”. El largo Puente de Ponte Fitero sirve hoy de división territorial de las provincias de Burgos y Palencia. El Puente de la Trinidad de Arre está enclavado en un conjunto edificatorio de gran alcance, donde se incluyen la iglesia, el monasterio, el hospital de peregrinos, molinos y batanes, en la consideración de importante centro industrial dependiente de Roncesvalles. El puente es el elemento que incardina todo el conjunto.
Son sólo unos pequeños ejemplos de la gran cantidad y variedad de puentes medievales todavía en pie y en servicio.