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22. LAS BÓVEDAS © FRANCISCO JAVIER OCAÑA EIROA |
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El Arte Románico es heredero en sus formas tectónicas de los artes anteriores porque no es un modelo aislado en un mundo perdido, sino perfectamente conectado con todo lo previo.
En esas circunstancias del conocimiento del mundo antiguo, sobre todo del romano, donde podemos concretar su dependencia e imitación de los espacios abovedados, como una necesidad de la arquitectura interior que se plantea después de levantar los muros y darles cubrición. Ocurre que el Arte Románico utilizó con profusión y éxito bóvedas de determinadas características, lo que hizo pensar que fueron un invento del propio arte medieval.
Las bóvedas gravitan sobre la alineación de los muros. Completan la estructura descargando su fuerza en los laterales por medio de contrafuertes, columnas y pilares internos. El arquitecto debe prevenir las cargas, y repartirlas convenientemente piedra por piedra. Calcular. La presión y el peso que han de sobrellevar los muros a causa del peso de las bóvedas, aparte de mantener convenientemente la rigidez de los mismos en su elevación vertical. Es la bóveda la culminación de la obra, la funcionalidad del remate final de todo el entramado, como lo hace la coronación exterior de la cúpula con bola de cruz y veleta.
La resolución práctica de los esfuerzos mecánicos de la bóveda estuvo fundada en la trasmisión oral de los datos recibidos a lo largo de los años y de los siglos, además de poner a punto la observación y la experiencia personal del maestro de obras. El oficio debía adquirirse en una buena organización de la memoria, del autodidactismo y las ganas de emular, para resolver sin problemas las formas de ser de las construcciones.
La preferencia por la bóveda de piedra a la de madera eliminaba los riesgos de incendios, mejoraba la resonancia de los cantos, y el orden estético si se pintaba. Pero planteaba enormes problemas en la dinámica del edificio, porque era necesario sujetar las tensiones de su peso y saber conducirlos desde las alturas hasta los cimientos. No todos los que las construían tenían el mismo grado de aprendizaje y conocimiento, por lo que muchas obras se convirtieron en ruinas, ya en los mismos momentos de la construcción o con el paso de los años, cuando después de algún tiempo la estructura no logró el asentamiento y la solidez precisa.
La bóveda más común era la de cañón, que suponía su articulación en forma de arco de medio punto alargado. Para superficies absidales se utilizaba la de un cuarto de esfera, también llamada de cascarón. Ya se conocía entonces la de arista, que consistía en la conjunción de dos bóvedas de cañón que dejaban en arista vista sus intersecciones. Cuando llegaron los cambios en la época tardía del Arte Románico se construyeron bóvedas de cañón apuntadas, y las de aristas del Románico Pleno se cubrieron con nervios, dando lugar a las primeras bóvedas nervadas. También las de un cuarto de esfera de los ábsides y capillas absidales tuvieron forma apuntada, con o sin nervios cruceros. Todo aún dentro del Arte Románico.
Todas, menos las apuntadas, eran manejadas ya por el Primer Arte Románico, de extensión limitado a Cataluña y parte de Aragón y Navarra. El siglo XI aceptó e hizo girar las fórmulas referidas hasta llevarlas a la cotidianidad de la perfección sabiendo atar sus diferentes tensiones, que debían perderse en la masa de los soportes exteriores e interiores. El final del siglo XII y el principio del siglo XIII supuso un cambio y un acercamiento a soluciones después utilizadas por el del Arte Gótico.
![]() Presiones en las bóvedas y en los muros de la catedral de Santiago, según Fco Javier Ocaña Eiroa |
La tensión provocada por el peso solía contrarrestarse con arcos de refuerzo situados bajo ellas que recibían el nombre de fajones, cuya misión era el sostén teórico de la presión de la bóveda, pero también podían sucumbir, porque ésta tiende a abrir el arco y provocar grietas de desvinculación entre las dovelas, y ceder en la unión de sus juntas como paso previo al hundimiento.
Los contrafuertes exteriores eran la lógica del contrarresto a las presiones diagonales que se ejercía sobre el muro, porque el impacto de la bóveda nunca se concentra exactamente sobre el plano vertical, sino sobre el horizontal y diagonal, en cierta curva. Eran esos contrarrestos de más o menos espesor, piramidales, doblados, etc., según el conocimiento y las necesidades de la obra. Pero no eran el único método de contrapeso, porque las naves laterales con sus bóvedas de arista, un cuarto de esfera o de cañón, colaboraban también en la recogida de las tensiones de la bóveda central.
El sistema llegó a la perfección cuando se instalaron tribunas sobre las bóvedas de las naves laterales, porque hacían que el descenso de las tensiones superiores fuera disminuyendo según iba siendo absorbido: primero en las bóvedas y paramento de la tribuna, además de que el piso de la tribuna actuaba como puntal que ataba las dos superficies verticales del muro y los pilares. Después pasaba la tensión a las bóvedas y el paramento de las naves menores para finalmente acabar en los contrafuertes y responsiones interiores de las naves laterales; lo que cerraba definitivamente el circuito de traslado de las presiones de la gran bóveda central hasta los cimientos.
El genio románico siempre estuvo dispuesto a hacer de la necesidad virtud. Por ello trató de suplir el modelo cuántico con el conocimiento empírico de los hechos, aunque no hay que ser tan ingenuos como para no reconocer una cierta experiencia de cálculo en el desarrollo de las bóvedas.
Quizás lo que hoy nos sorprende más al contemplar esas bóvedas sea la solidez y altura que alcanzaron algunas de ellas, tendiendo a no dar importancia a su amplitud porque se asemejen a las de los edificios modernos que conocemos. La puesta en valor del conocimiento antiguo se remedia rápidamente si comprendemos que de unas a otras han pasado 1000 años, y que todavía siguen en pie.