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20. EL MURO © FRANCISCO JAVIER OCAÑA EIROA |
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El Arte Románico tiene unos componentes estéticos fijos, codificados desde su creación, independientemente de los valores arquitectónicos.
En los muros es donde comienzan y acaban las fuerzas mecánicas del edificio. Resultan sólidos, rotundos y compactos, donde las tensiones que están por encima de él se reflejarán en forma de gruesos contrafuertes que resistan las presiones de las bóvedas, evitando la fractura del mismo y la ruina de la iglesia.
Con un espesor que oscila entre sesenta centímetros y un metro estaban constituidos por dos paramentos de piedra acogiendo mortero en medio para reforzar su dureza. De sillares generalmente bien escuadrados en el Segundo Arte Románico, no lo había sido en la etapa anterior en la que la piedra mediana o sillarejo se había adueñado del paramento.
En ese primer momento del románico el muro apenas ofrecía decoración, como no fueran los arquillos ciegos y las bandas lombardas, careciendo casi totalmente de vanos.
No sería así en el Segundo Arte Románico, donde la realidad del momento ofrece gran cantidad de huecos que iluminan la nave. Serán esas ventanas uno de los efectos plásticos más sobresalientes del paramento, pues son capaces de dinamizar convenientemente lo que sólo era una estructura mecánica funcional. Proporcionan ahora atractivo visual a la vez que introducen luz al interior. Por otra parte, es capaz de recibir la escultura monumental que habitará los capiteles, además de resultar atractiva la traza de sus arcos con diferente molduración.
Claro está que no debemos extender toda esta referencia muraria a las obras de menor presupuesto y menos porte románico, que son casi todas las rurales, pero sí señalar que cuando nos referimos al Arte Románico está en la cabeza de quien lo interpreta el valor de los mejores edificios, aquellos que representan las mayores cualidades.
Es error humano comprensible el pensar de ese modo, porque los estímulos hacia la belleza proceden de sus mejores representaciones. Cuando uno ha superado ese nivel de lo excelso es cuando empiezan a tener valor y consideración las obras menores, como sucede en el ámbito biológico de las familias con la diferente valoración de los hermanos mayores y menores.
El muro de las grandes iglesias es más complicado que el de las pequeñas, porque su altura requiere una mayor formación del maestro, por exigir unos contrarrestos mayores con la presencia de enormes contrafuertes y la dificultad de disimularlos en las dimensiones de la pared. En ello basará el éxito de su construcción, en que sea bello y resistente dentro de la plástica general.
Las obras menores tendrán menos dificultades para elevar sus muros porque las cargas también son menores, dado que muchas veces ni necesitan contrafuertes por la poca altura que alcanzan y porque la techumbre interior es de madera y no de piedra, lo que evita reforzar la parte exterior. Pero también es cierto que debido a su menor superficie tienen menos lugar para decorar con ventanas molduradas, capiteles, columnas y basas, lo que hace menos vistoso el paramento.
![]() San Martín de Frómista. Fachada sur. Palencia |
De la buena articulación del muro dependerá en gran medida la belleza de la obra pues es necesario recordar la importancia de la fachada principal, así como la de la cabecera, pero también de los muros norte y sur.
El muro rectilíneo es la mayor área lineal construida de la iglesia. Por ello, y por ser el elemento de mayor visibilidad, era necesario concebirlo de la mejor manera posible. De lo contrario, ofrecería el efecto de cajón y no de volumen articulador de todo el conjunto, donde las superficies de sus paños y contrafuertes estaban disminuidas por la decoración horizontal de las ventanas, las puertas y las líneas de tacos, junto con la fila de canecillos del alero del tejado.
Algunas veces podemos contemplar el muro en toda su extensión, pero no podemos omitir la belleza de sus remates, como sucede en la iglesia palentina de San Martín de Frómista. Es precisamente en esa perspectiva general en la que cobra todavía más importancia su linealidad al rivalizar con la belleza sin par de la cabecera, con el equilibrio de las torres de la fachada principal y con un magnífico paño del crucero, gobernado en altura por un esbelto cimborrio.
Notamos entonces el éxito o el fracaso de su articulación en el conjunto rectilíneo que se nos ofrece, siendo el de esta iglesia un ejemplo de incardinación perfecta de un bello muro románico dentro de una perfecta estructura románica, aunque para algunos carezca de valor debido a las restauraciones sufridas, que a nosotros no nos parecen tan graves, si pensamos que podemos contemplar hoy en mejores condiciones muchas iglesias románicas, que por causa de su deterioro o de la desidia del hombre o por los desmanes revolucionarios o de renovaciones de estética se habían perdido.