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01. CAUSAS DE SU APARICIÓN © FRANCISCO JAVIER OCAÑA EIROA |
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El Arte Románico arranca de la necesidad del alma, de la fe cristiana que pone en movimiento la formación de uno de las más interesantes facetas artísticas de la humanidad, la que representa la unión de la fe y sus consecuencias en la historia del arte.
Pero no nace sólo del sentimiento religioso de los siglos medievales, sino también de la exigencia de una población ávida de recintos religiosos donde celebrar los ritos del culto cristiano y sobre todo de proporcionar un digno habitáculo a la función litúrgica en una demografía explosiva a partir del año 1000.
No había descuidado el mundo occidental la creación de templos y monasterios en la Alta Edad Media, pero no eran suficientes para la época de nuevas seguridades que ahora se vivía, del asentamiento de los estados europeos lejos de las invasiones de los pueblos bárbaros y sobre todo bajo la realidad de una población en expansión.
Carlomagno no fue un emperador al que se le pueda achacar falta de fe constructiva.
Su pensamiento de volver a crear el Sacro Imperio Romano lo caracterizará como un gran monarca religioso, que fue coronado Emperador en Roma por el Papa, aunque la ceremonia hubiera tenido un cierto tinte de arreglo de cuentas agradecidas con el pontífice. No es que no lo mereciera, sino que hubo circunstancias que favorecieron tal evento.
Pero ello no obstaba para que su reinado estuviera pletórico de un “revival” de la fe, con creación de numerosos monasterios e iglesias que el Códice Calixtino santifica ofreciéndole la Gloria en disputa con el demonio que, dado que siempre hacía trampas para llevarse el alma del moribundo en las luchas con San Miguel, describe dicho códice a las maderas de las iglesias, que el bueno del emperador había construido, como los elementos que pesaron en la balanza para salvar su alma.
Si eso no fuera poco, debemos contar con las crónicas medievales que certifican la masiva construcción de iglesias en los principios del año 1000, que puede explicar el crecimiento inusitado del Arte Románico como una fuerza imparable, cuyos ingredientes fundamentales eran el pietismo religioso y la necesidad funcional de edificios, en un matrimonio que refrendaba el aumento demográfico de la época después de haber superado los terrores milenarios, si los hubiere. Es el monje Raúl Gabler quien en el año 1003 relata: “Como se aproximara el tercer año después del año 1000, se vio en casi toda la tierra, pero sobre todo en Italia y Galia, la renovación de las basílicas de las iglesias; aunque la mayor parte no tuvieran ninguna necesidad, porque estaban muy bien construidas, un deseo de emulación llevó a cada comunidad cristiana a tener la suya más suntuosa que la de los otros. Era como si el mundo se hubiera sacudido y despojándose de su vetustez, se hubiera revestido por todas partes de un albo manto de iglesias. Entonces, casi todas las iglesias de sedes episcopales, los santuarios monásticos dedicados a diversos santos, e incluso los pequeños oratorios de las villas, fueron reconstruidos por los fieles de una forma más bella”.
Es ahora cuando una inmensa pléyade de santos medievales, que estaban mal atendidos en cuevas y diminutas ermitas, van a tener un magnífico acomodo en los altares de estas nuevas iglesias. La ingeniería de la época, junto con la habilidad de los artesanos, se va a poner al servicio del alma, pero también de las comunidades que soliciten sus servicios para la transformación de sus lugares de oración.
![]() Imagen de Maiestas Domini de San Clemente de Tahull |
Todos van a formar parte de la empresa socio-económica que supondrá la construcción de nuevos templos, porque a todos beneficiaba tal concurso, ya que aparte de ser un bien religioso, lo era también económico, pues se elaboraban presupuestos, existían gastos, nóminas, balances, etc., que no sólo favorecían a los constructores, sino también a las personas del entorno, de la aldea, de la villa, debido a que una obra publica de tal característica había de tener repercusión en el medio en que se realizaba.
Como sucedió con las iglesias del Camino de Santiago, que lo recorrían los peregrinos con los pies, pero lo hacían los canteros, escultores y albañiles con las manos, a la vez que los maestros de obras con los planos bajo el brazo.
Será, en consecuencia, un arte de multitudes porque así lo demandaban unos y otros, pero también de las necesidades monasteriales, que aumentaban con la misma rapidez que las comunidades a las que servían.
No se constituirá en un arte de elites de museos que concibieran la interpretación del edificio como un ejercicio de desarrolladas intelectualidades. Primero tenía que servir a una comunidad, ser funcional y segura la obra, además de demostrar una estética adecuada, según los más elementales principios vitruvianos de una buena construcción.
La decoración que en ella se instaló no siempre estuvo bien comprendida por todo el mundo, en especial por el pueblo llano que muchas veces carecía de instrucción suficiente para entender ciertas figuras que allí aparecían. Pero en lo esencial el edificio era reconocido como la Casa de Dios, elemento de valor suficiente para quienes lo construían y lo utilizaban.
La mayoría de los conceptos teológicos también eran conocidos por los fieles. Se explicaban a diario y dominicalmente en las homilías del oficiante, ya que el Arte Románico, aunque tiene mucho de oscuro en algunas acepciones, no es totalmente críptico e inalcanzable para la población. Cierto que había recónditos significados que la mayoría de la población no lograba “leer” perfectamente, pero sí “entender” con más o menos precisión.